por MAL
Durante las últimas semanas se ha vivido en diferentes partes de nuestro país un clima de intensa movilización social. Desde diversas trincheras, bajo numerosas consignas y con rostros de las más disímiles edades, pero unidos en un mismo espíritu, el pueblo de México ha emprendido una auténtica conflagración en contra de aquellos que han usurpado los Poderes de la Unión y la soberanía de la Nación. Lo que está en disputa no es un asunto menor, sino la dignidad del pueblo, los recursos naturales, nuestros derechos civiles, laborales y educativos; está en juego la libertad de opinar, de disentir, de expresarlo; asistimos al combate para poder acceder a la justicia y a su impartición pronta, plena e imparcial. Aquellos que han traicionado todo principio que podría regir un actuar ético y mínimamente humano -y por consiguiente también han cometido una felonía a su nación-, están disputándonos el derecho ya no a existir con comodidades, sino tan sólo a vivir, cancelando con procesos administrativos toda posibilidad de aspiración a algo que pudiéramos llamar, dignamente, “vida”.
Aunque quien ha protagonizado el escenario ha sido la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, se han sumado miembros del SNTE y maestros no afiliados, trabajadores electricistas, petroleros y universitarios, así como estudiantes y ciudadanos en general. También se han hecho presentes organizaciones políticas y de la sociedad civil que movilizan importantes sectores sociales.
Los maestros independentistas y democráticos se han llevado las palmas por su firme convicción y férrea tenacidad, pues a pesar de las intensas campañas mediáticas para desprestigiarlos y pedir sus cabezas, a pesar de las amenazas de que han sido objeto, algunas de ellas cumplidas -como el cese de muchos maestros por el simple hecho de acudir a las marchas-, son de los pocos que verdaderamente han asumido su papel como agentes de transformación, como miembros de una auténtica oposición que busca evitar que el país termine por colapsar. La resistencia de los docentes contra la “reforma educativa” -que trastoca todo el sistema de educación en México, y va más allá al modificar las relaciones laborales de los maestros y los derechos educativos de los niños de hoy y del futuro-, vivió su momento más crítico el día viernes 13 de septiembre, cuando el Estado amenazó con hacer uso “(i)legítimo de la violencia” para desalojar un plantón que duró aproximadamente cinco meses.
Efectivamente, por la tarde de aquel día alrededor de 3 mil elementos de la policía federal, más un contingente de granaderos capitalinos marcharon desde las afueras del Palacio de Bellas Artes rumbo a la Plaza de Armas, con la intención de expulsar por la fuerza a los mentores que decidieron quedarse para resistir el avance de aquéllos, luego de que la mayoría de su homólogos optaron por retirarse y reinstalar su campamento en las inmediaciones del Monumento a la Revolución (véase nota en el diario La Jornada, 14/09/2013, p. 2). El episodio estuvo precedido por una larga cadena de mentiras, burlas, simulaciones, amenazas y ninguneos que venían desde la despojada Presidencia de la República y las cámaras de representantes de los poderes fácticos hacia toda la sociedad mexicana, siendo repetidas mecánicamente por los jilgueros mediáticos hasta el punto de la nausea.
Los profesores no pedían más que lo que en derecho les corresponde a ellos, pero también a los niños y jóvenes del país. (No se pormenorizará aquí sobre los aspectos, todos ellos, dañinos de la mal llamada reforma educativa, pues la información al respecto puede ser consultada fácilmente.) Los encargados de facto de la administración pública (federal y local), hicieron a un lado cualquier sombra de prudencia y de sentido común, y decidieron ir en contra de aquellos a quienes en teoría deberían servir, en un acto que desde cualquier punto de vista merece exigirles inmediatamente su renuncia e iniciarles procesos de responsabilidad penal.
Las afectaciones viales en la Ciudad de México, si bien a ninguno nos gusta, es sólo el efecto, no la causa de los problemas, y nuestro enojo, indignación, reclamaciones e incluso vituperios deben ir dirigidos a los responsables de que los maestros se vean orillados a tomar esas medidas: el Ejecutivo, Legislativo y hasta el Judicial, éste por haberse quedado cruzado de brazos tantas veces ante el pisoteo de nuestra Constitución (recuérdese el reciente caso de Alberto Patishtán), mientras le da una palmadita en el hombro a personajes como Caro Quintero o a algunos de los responsables por la matanza de Acteal. Estos servidores públicos actúan muy bien su papel como esbirros de intereses privados (personales o ajenos), y cada vez más personas se dan cuenta de que jamás cambiarán su roll, que esperar se conduzcan como el mandato del pueblo se los ordena no está en su esencia política. Por ello, desde este espació, a título personal y de muchos más que me han hecho saber la visión compartida que nos une, enviamos un reconocimiento y una muestra de solidaridad a todos los maestros que no cejan en su lucha. A todos ellos, gracias, por enseñarnos con el ejemplo que todos debemos asumir el papel que las circunstancias del país solicitan de nosotros.
Hay, sin embargo, quienes parecen desoír dichos llamados, y me refiero explícitamente a López Obrador. Así es, el ex Jefe de Gobierno del Distrito Federal, desde los resultados electorales del año pasado -para no irnos más atrás-, ha venido postergado la asunción de ser el organizador de un movimiento activa y políticamente opositor a los designios oficialistas; ha dejado de lado acciones más contundentes y de mayor impacto quedándose al abrigo de lo electoral, esperando que en los próximos comicios “la mafia” juegue limpio y no le cierre el paso a Los Pinos. En momentos apremiantes como el de las reformas laboral, “educativa” o financiera, su presencia no pasó de declaraciones y trabajo constitutivo partidista, dando tiempo suficiente para que estas embestidas contra el país avanzaran y los cacos de lo público se organizaran y posicionaran en la voluntad de los habitantes de este nuevo Hamelín, a través del flautista electrónico que irónica, pero explicablemente, encanta y ahoga a la población, para que las ratas se regodeen en su crapulencia.
Pero a pesar de cualquier cosa que se pueda decir en contra del tabasqueño, lo cierto es que el Movimiento que encabeza es la única oposición organizada y verdadera dentro del espectro político institucional (aunque no sea un partido aún); y aunque a algunos pueda gustarnos o no, debe admitirse que, por una parte, tiene una capacidad bastante considerable para mover multitudes y, por la otra, los morenistas poseen efectiva presencia en todo el país, por lo que las palabras y acciones de AMLO encontrarían eco en toda la geografía mexicana. Además, sin menospreciar todos los trabajos de organización horizontal que se han multiplicado -a los que se guarda un profundo respeto-, nuestra cultura política es predominantemente caudillista, sería necio negar esta realidad, y Obrador es una figura que podría aglutinar muchos y muy variados sectores sociales, para reunirse con ellos en torno a un programa, un proyecto con mecanismo donde no necesariamente él tendría que ser el protagonista.
Son precisamente estas circunstancias las que vuelven más desesperante la actitud del ex perredista, pues encontrándose en posesión de todo el andamiaje cuantitativo, organizativo y cualitativo, pospone su instrumentación para entablar un combate franco, con respuestas proporcionales al tamaño de los ataques de la oficialidad. Tal vez este no es el papel que él buscaba. Tal vez pretendía inaugurar una época de gobiernos izquierdistas y pasar a la historia con un sexenio progresista que detuviera la inercia neoliberal. Quizá ni siquiera proyectaba estar donde está; ni suponía ser la permanente oposición, invariablemente exiliado de una izquierda acomodaticia a los intereses del sistema dominante. Probablemente jamás quiso iniciar una batalla de esta naturaleza, pues posiblemente las puertas electorales se le cierren para siempre, pero es el papel que las condiciones le están ofreciendo ahora, es el llamado que le hace el devenir nacional y la historia terminará por colocarlo en su sitio.
A todos los mexicanos, sin embargo, sea cual sea nuestra posición económica, nuestro enfoque social o nuestra perspectiva de lucha, se nos convoca ahora a arrancar de las manos de nuestros enemigos nuestros destinos como Nación ¿quiénes lo escucharemos?