Eric Angeles
Necesito que leas esto con mucha atención, completito y sin saltarte nada. Todo lo irás entendiendo poco a poco. Y por favor, no seas pendejo.
La primera vez que me pasó fue por Facebook. Me llegó un mensaje y de inmediato pensé que se trataba de una estafa. Yo mismo mandándome un mensaje. Ni siquiera lo leí, pensé en la falta de seguridad de las redes sociales y el mucho daño que un perfil falso con mi nombre y foto podrían hacerme. Pero siguió insistiendo, así que abrí el mensaje para ver si podía averiguar más de él.
“No lo vas a creer, pero yo soy tú y necesito de tu ayuda. No seas pendejo.” Así más o menos decía la cosa, así que perdió mi atención de inmediato. Días después comenzó a mandarme Whats y mensajes al cel. Lo mismo, seguro necesitaba mi número de tarjeta o que le hiciera una recarga o tenían secuestrada a mi abuelita.
Por más mensajes que me enviara, mi interés seguía igual y el miedo incrementaba. Pero también había algo de curiosidad, necesidad de creer, de verme a mí mismo, de observarme enteramente como otro y decir, ahora entiendo todo, soy una mamada.
Algo diferente ocurrió de pronto. Él me hablaba en sueños, en voces mientras me cepillaba los dientes, dentro de un cigarro, en anuncios de Facebook. Todo era evidente, obvio, no podía dejar de engañarme: estaba loco y tenía que ir al psicólogo. Pero fue otra decepción, el psicólogo también era un pendejo o estaba loco. Me aseguró que la voz era en realidad yo mismo, que una parte de mí no sé qué chingados.
Una noche, harto de las voces y las advertencias extrañas, me armé de valor y me marqué a mí mismo por teléfono. Ocupado. Me envié un mensaje que me llegó a los dos segundos. Le escribí un correo electrónico y esperé a ver mi bandeja de entrada, a ver si alguien más lo abría. Nada, sólo era yo mismo enviándome mensajes estúpidos. Tal vez el psicólogo tenía razón. Así que lo olvidé todo, me hice cada vez más y más pendejo sobre las advertencias que me llegaban, pero pronto me iba a arrepentir.
Un día me ligué a una chica por internet y por alguna extraña razón eso sí no me pareció raro. En realidad había más probabilidades de encontrarme a mí mismo que de encontrar ligue. Nos la pasábamos bastante bien ligando, texteando, telefoneando y sexteando, hasta que la necesidad del cuerpo se hizo presente y le propuse vernos: Sandra, por favor, veámonos.
La cité en el Parque Hundido, más por sus lugares recónditos, donde podría meter mano al placer de la oscuridad, que por mi preferencia por lo verde. Y ese día el parque estaba particularmente vacío para mi suerte. Llegué 15 minutos antes y esperé sentado, a un costado de los juegos infantiles.
A la hora de la cita, recibí un mensaje de Sandra: “Dónde vienes? Ya estoy aquí”
Emocionado, miré a mí alrededor, pero no la vi, así que le escribí. “Aquí estoy, al lado de los juegos”.
“Aquí estoy, pero no te veo. Mmm ¿nos vemos en los columpios?”
Y fui de inmediato a los columpios, pero Sandra no estaba ahí. Intenté sentarme en uno de los ellos, pero tenía un asqueroso chicle embarrado, así que elegí el segundo. Le escribí de nuevo, “¿Vendrás? Te espero sentado en los columpios”.
“Si no quieres verme, dímelo, no quiero juegos. Adiós.” Me asusté demasiado, ¿acaso estaba jugando conmigo? No pensé dos veces y le marqué.
-Sandra, ¿dónde estás? Estoy en los columpios.
-No es cierto, yo estoy en los columpios y no te veo.
-¿Segura? Del Parque Hundido? Sólo hay unos columpios y…
Claro que estoy segura, ni que fuera idiota. ¿Sabes qué? Olvídalo, no tienes por qué jugar así conmigo. Bye.
-No, pero espera, no es juego aquí estoy. Estoy meciendo en uno de los columpios.
-El único columpio disponible es en el que estoy sentada y aquí no estás, porque el otro…
-¡Tiene un chicle pegado!… Y la perdí, no la escuché más. Algo raro estaba pasando. O tal vez me jugaron una broma épica. Regresé a casa y descansé sin preocupaciones. Y a la mañana siguiente comencé a entenderlo todo.
Fui a visitar a mi familia, habría una reunión con todos mis tíos. Pero no había nadie en casa. Llamé a mi mamá pero algo raro tenía su celular. Tampoco había nadie en la calle. Ni en los parques, ni en las tiendas, ni en los centros comerciales. Estaba solo. Llamé, escribí, mandé whats a cada una de las personas que conocía. Facebook funcionaba normal, igual que Twitter, pero mis estados ni comentarios se publicaban. No había forma de comunicarme. Ni siquiera podía ver animales, nada. Sólo yo podía escucharme.
¡Entonces se me ocurrió! Comencé a mandarme mensajes a mí mismo, correos electrónicos, incluso llamadas, de todo. Pero no escuché, soy tan pendejo que me valió madres y pensé que era un secuestrador o algo. Ni siquiera abría los correos electrónicos. Nada. La única persona con la que me podía comunicar era tan pendeja que no me hacía caso.
Así es, yo te escribí todas esas cosas, todas las que ignoraste o temiste y te valieron madre. Y así, yo mismo recibí esos mensajes de un pendejo que me quería extorsionar. ¡Pero yo soy más listo que tú! A que no se le ocurrió dejarte una carta en físico, así, en la puerta de tu casa, con tu propia letra y firma.
No hay duda que se trata de ti mismo, soy yo, del futuro o de donde quieras, pero si estás leyendo esto, necesito tu ayuda. ¡Sálvame! O mínimo contéstame, cabrón, sé que me escuchas y puedes leerme. No me vendría mal una platicada.
No sé cómo puedas salvarme, pero seguro algo se te ocurre, tú aún puedes hablar con los demás. Y hagas lo que hagas, no salgas con Sandra, desde que pasó eso, pues bueno, no sé ni dónde estoy.
Termino de escribir esto y lo dejaré aquí, en la mesa de mi casa, para ver si de cagada la encuentras. Dame una señal de que estás ahí, de que puedes leerme.
Si me crees mándame un Whats, tú sabes mi número.
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