Miguel Angel Araujo (Tiago Oujara)
Tendría que saber, mi bella dama, que ha sido usted el motivo de la mitad de mis erecciones esta semana. Las otras han brotado al amanecer, productos de sueños que no logro recordar, pero no me sorprendería que desfilara usted por los andadores de mis visiones nocturnas y de encontrarla ahí no hace falta imaginar lo que haría con su cuerpo.
Guarde esas expresiones tan burdas y nefastas, que llamarme grotesco y vulgar no tiene justificación. No he dicho nada más que el verla me provoca una gran excitación, y esto no quiere decir otra cosa que su figura para mí es el molde adecuado para depositar mi pasión. No se santigüe, querida mía, que no hace falta fingir ingenuidad ante mis palabras, que usted sabe bien en qué terminan los cuerpos que se atraen y se encuentran en la intimidad forrados en calor.
Pero no se alarme, señorita. No he dicho que saltaré sobre usted en un oscuro y mugriento callejón para arrebatarle con brusquedad las prendas que cubren su piel y así clavarme en su ser sin respeto y sin amor.
Ni lo he pensado ni podría si quiera concebir una idea similar. La he imaginado, así como se encuentra ahora, tranquila, quieta, segura de que nadie escucha lo que su pasión susurra y de que en sus ojos no se revela lo que el calor le incita a desear. He imaginado sus prendas caer conforme a su voluntad y su cuerpo ceñirse al mío inspirado por la confianza. He pensado en su desnudez oculta y protegida entre mis brazos, y en su pudor perdido entre las sábanas humedecidas por nuestro sudor, en sus labios explorando mi cuerpo y mis manos arrugando su piel. He imaginado su boca exhalando placer y sus caderas tiritando por ese mismo gozo, y si mis palabras no logran explicarse bien es porque intentan hacerle entender lo que ni siquiera los cuerpos llegan a comprender.
Pero estoy seguro de que entiende bien por qué mi sangre hierve cuando se trata de usted.
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