Anna P. Aparicio
@AnnLjus
¿Qué podría resultar de una plática de estudiantes de relaciones internacionales al calor de unas cervezas en la playa? Hace unas semanas, tan cálido encuentro llevó a los zombis a la mesa de discusión, en específico los involucrados en el libro Guerra Mundial Z, cuya adaptación fílmica se estrenó el pasado mes. Más allá de carne, sangre y muertos vivientes, la historia sobre una guerra mundial zombi no dista mucho de lo que a nivel internacional y local sucede, ha sucedido y podría suceder.
Una pandemia no suena tan descabellada, lo descabellado es que las personas se coman a las personas a causa de un virus, pero grandes enfermedades han azotado y puesto en peligro la permanencia del ser humano en la tierra a lo largo de la historia, la más reciente y de alcance global fue la influenza AH1-N1. Con su propagación se tomaron medidas bastantes drásticas con la finalidad de limitar el contagio: suspensión de vuelos, acordonamiento de zonas, recomendaciones para no salir de casa, todo lo ocurrido en 2009 también se relata en el libro.
Otro detalle a considerar, son las relaciones de poder y la existencia de grupos a nivel internacional que toman fuertes decisiones sobre el curso de la economía o la guerra. Estas decisiones, en la ficción y en la realidad, se conocen entre muy pocas personas, en aras de no alarmar o poner en aviso al resto de la población: muchas de las acciones que se pondrán en marcha benefician a unos cuantos, perjudicando al resto. Guerra Mundial Z lo plasma de manera fehaciente con el Informe “Warmbrunn-Knight”, que busca notificar a los gobiernos sobre la extraña enfermedad que regresa a los muertos a la vida y que aparentemente había tenido su origen en Asia, alertándonos a tomar las medidas necesarias para evitar brotes en sus respectivos países. En la novela, el documento no fue tomado en cuenta, desestimando la gravedad de la situación y provocando la falta de preparación para hacer frente a lo que se avecinaba: El gran pánico.
Otra muestra de las relaciones de poder en la obra, es el papel que desempeña la farmacéutica que distribuye las vacunas para prevenir la rabia, que en acuerdo con los gobiernos y medios de comunicación, difunde información falsa respecto a la epidemia con dos finalidades: mantener tranquila a la población y disipar rumores, y enriquecerse de la venta de vacunas. La realidad no dicta algo tan distinto: muy pocas farmacéuticas controlan la investigación, elaboración y distribución de medicamento a nivel mundial, monopolizando y estableciendo precios en el mercado.
¿Qué pasa cuando todos los planes y medidas, rápidamente pensados, no rinden los frutos esperados? En el libro, las fuerzas sudafricanas acuden a un estratega sanguinario sin sentimientos para combatir a las grandes hordas de zombis, sin importar el costo que esto implica. El plan se traduce en que la seguridad de muchos, sin importar quienes sean, es más importante que la de unos cuantos, usados como carnada para dar más tiempo de vida a los sobrevivientes.
Dejando los asuntos internacionales, resulta interesante observar las situaciones a las que se enfrentó cada unas de las personas entrevistadas, que enmarcan su experiencia durante la infección. El comportamiento que adopta una persona cuando ve en peligro su vida y la de su familia, se manifiesta de formas que tal vez nunca imaginó, desde luchar por la comida, hasta matar por un auto, baterías o gasolina.
Finalmente, me parece que el autor realiza una buena medición de los factores internacionales y locales de cada país, para plasmar algo que en ficción (una infección zombi) actualmente se ha vuelto sumamente popular y redituable. El texto muestra lo que podría ser una verdadera guerra mundial en contra de los zombis.