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Piña Colada – Van Gogh, trazos de libertad

Siempre fuiste mi espejo,

quiero decir que para verme tenía que mirarte…

-Julio Cortázar-

Andrés López Piña

En la creación misma, es decir en el momento en que Van Gogh toma los colores y los plasma en el lienzo, hay ya una conciencia sensible. El pintor aquí ha transformado lo que se encuentra en la realidad para volverlo suyo. Entre los colores y los trazos, entre la perspectiva un poco ambigua y la estructura general de la pintura, existe una relación con el objeto, como lo llama Hegel, que en este caso son unos lirios, pintados en el Instituto de Saint Rémy, lugar a dónde ha ido a parar Vincent después de haber decidido ingresar voluntariamente. Allí mismo, él nos contará qué es lo que anda buscando en el momento exacto de la creación artística. “Quisiera hacer algo como con los cuadros de los girasoles, porque me asombra que todavía no hayan sido pintados como los veo yo”[1], nos dice el artista durante su estancia en el hospicio.

Parece que lo que pretende Van Gogh además de transformar lo que ve, es entablar un nexo con eso que está ahí, ya sean unos girasoles o unos lirios, como de los que ya hemos hablado al principio y que aparecen en la obra “Plantas de lirios” de 1889. El arte, nos cuenta T.W. Adorno, al irse transformando, empuja su propio concepto hacia lugares que antes no tenía. Esto es claro en la obra de Vincent, quien, mediante esa relación con el objeto,  se va determinando de manera inmediata. Por lo tanto, en una primera instancia, podemos hablar de conciencia sensible. Dicho de otra manera, es mediante la pintura que el artista impresionista nos muestra un fragmento de la evolución del objeto, de lo material a lo espiritual, efecto que nosotros igualmente percibimos como un objeto verdadero que se refleja en sí y que es universal, a partir de este momento nuestra conciencia ya va más allá de todo. Porque en los trazos de Van Gogh el viaje nunca termina, siempre hay algo que no dice y que sin embargo explota, diría Bataille sobre la la pintura de Vincent, que “es en ese instante cuando toda su pintura acaba siendo radiación, explosión, llama”[2]. Y esto se da  mediante la conciencia que tomamos del objeto artístico. Parece haber una suerte de dialéctica en dónde la obra de Van Gogh es también mi representación, ya que la tomo como mía al observarla. Siendo ambas expresiones, la del artista y la mía, instantes que veo en la pintura, instantes en dónde se pueden apreciar toda suerte de cosas, como la libertad.


[1] EL IMPRESIONISMO Y LOS INICIOS DE LA PINTURA MODERNA, VAN GOGH por Ronald De Leeuw, pág. 51. Ed. Planeta DeAGOSTINI.

[2] Van Gogh Prometeo, Georges Bataille, Artículo publicado en la revista Verve (n°1) 1937.

Eric Angeles

Editor y fundador de revista Iboga, literato de formación, mercadólogo digital de profesión y diseñador web cuando hay necesidad.

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Eric Angeles

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