Andrés Piña

Es verdad que ni siquiera estoy fuera de la ciudad. Magdalena Contreras está a unas cuantas cuadras hacia abajo, y eso ya es el distrito. Pero siempre he sentido que las cosas y las personas no andan igual aquí que allá. Dónde ahora me estoy quedando no hay computadora, así que escribo desde un café internet, cuyo plan es cerrar a la una y no volver a abrir en todo lo que queda de la semana. He puesto a esta columna la fecha: año de la revolución, porque en Cuba cada año viene acompañado por estas palabras. No sé por qué, pero siempre me gustó esta idea, y cuándo andaba por la isla, solía ponerle una fecha parecida a todo lo que escribía en mis notas de viaje. El miércoles estuve trabajando un poco, hoy se vence el tiempo para mandar las cosas a la revista y tengo que apurarme, todo va calmado por estas calles de San Nicolás Totoloapan. La falta de “tele” es una ventaja bastante abrumadora, y gracias a eso fue que pude escribir. Dichos textos, los engrupí o agrupé como dice Cortázar, con la idea del recuerdo, la nostalgia y el amor. La ciudad se percibe diferente desde este punto. Hay lugares como en el que ahora me encuentro, desde dónde escribo mientras fumo un camel que aún conserva ese aire de provincia, ese recuerdo, esa imagen de un mundo que simplemente nos pasó de largo. Vivimos como Sísifo, solamente empujando una piedra. A pesar de esto hay días en que nos sorprende la vida, esa vida misma que camina por las calles del D.F. y que también habla y sonríe en San Nicolás Totoloapan, que no es ya la vida, sino más una muchacha qué viene caminando por la banqueta. Entonces no es que toda la violencia y la injusticia queden atrás, no es que lo absurdo del sistema se evapore. Lo que sucede es que al mirarla, al mirar las olas de su cabello, al percibir su presencia, uno percibe esas pequeñas sorpresas, sorpresas que por sencillas no dejan de ser importantes. Y un buen día terminan por volverse revolucionarias.
Domingo 11 de Noviembre del 2011, año de la revolución.