Andrés Piña
Estoy sentado esperando el camión en Universidad casi esquina con Xola. De momento no pasa mucho, pocos coches, poca gente. Es temprano y las cosas aún no despiertan lo suficiente como para ser arrastradas por el viento, ese viento que cuando sopla lo cambia todo. Pareciera que él mismo es un suspiro, una bola tremenda de aire invisible que rompe con la monotonía matutina, arrastrando de esta manera a todos y a todo, en su fuga violenta por la ciudad. Curiosamente nada de esto le importa al pajarito, que de repente ha bajado y se ha situado con sus dos alas pegadas, a un lado de donde estoy sentado. A través de los poros que tiene la banca veo como juguetea. Tiene el pecho rojo escarlata y un pico muy serio. Salta como sapo de un lado a otro, parece que quiere encontrarse; será que se siente ajeno a estás maquinas y busca otros modos, otros medios. Algo sin embargo lo llama desde lejos, tal vez sea el viento, lo cierto es que emprende el vuelo repentinamente y se escapa entre los edificios. Cosas como ésta pasan cuando uno se sienta a esperar el camión.
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