Para qué Batis en la crítica literaria

Por Tonatiuh Higareda

Hoy se celebró en Bellas Artes el homenaje al Mtro. Huberto Batis -o Bátiz, diría él discutiendo el origen de la zeta y la tilde en sus documentos oficiales-, por su trabajo editorial principalmente, pero también por su loable labor periodístico, docente, de promoción y difusión cultural. Las anécdotas sobre el Maestro son incontables. Sin embargo, lejos de la parafernalia que el Palacio pudo agregar a su merecido enaltecimiento como figura, el verdadero Batis se desenvolvió, a mi parecer, en las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras, de la UNAM; no cabe duda que cada alumno que pasó por su clase de Teoría literaria lo recuerda con una carcajada o con una expresión fruncida por haber sido alguna vez objeto de su agudo sentido del humor.

Foto tomada del Facebook del mtro. Batis.

A Batis, sin que él lo sepa, le debo la determinación de seguir con un proyecto editorial independiente. Morbífica que nació como un proyecto de los tiempos libres y mucho por el interés literario que es más espina que virtud, le debe gran parte de su criterio editorial a sus enseñanzas. Con él tomé dos clases, los siempre vacíos viernes al medio día el taller de revista literaria; y entre semana Teoría, horario que además se empalmaba con la otra clase homónima impartida por Eduardo Casar y por la cual me veía obligado a correr del último al primer piso para alcanzar a escucharlo aunque fuera una hora -afortunadamente, Batis tenía siempre la disposición de alargar la cátedra para los que quisiéramos quedarnos-.

Las clases del Maestro me recuerdan mucho a los textos cervantinos donde el exempla se envuelve siempre de anécdotas humorísticas y relatos que más de uno juzgaría éticamente incorrectos . Recuerdos de personajes que hoy consideramos canónicos, pero que Batis nos hacía mantener como mortales: Juan García Ponce, Octavio Paz, Elena Garro, Tomás Mojarro, Raymundo Ramos, Juan Rulfo, eran sólo algunos de los nombres con los que nos sorprendía con sus desfiguros en una noche de fiesta o con los chismes literarios de los que eran objeto. De entre las enseñanzas-recuerdos puedo traer tres a colación.

La primera, saliendo del Taller de revista, nos comentaba sobre el proceso de Tira de Colores, de su maestro y amigo Agustín Yáñez. “No tenían dinero y tenían que ir a las imprentas a pedir que les regalaran el destajo que sobraba para armarla…”, narraba cuando de pronto alguien del equipo de la revista literaria Avispero se acercó a Batis y le pidió una opinión sobre el bonche de cuadernillos que llevaba bajo el brazo. El incauto le alargaba uno de aquellos mientras decía que había escuchado su nombre por Guillermo Fadanelli. Batis respondió “un día Fadanelli me entregó un cuento en un taller, al día siguiente le dije ‘no le entiendo nada, cabrón’”. Con esta frase aceptó la revista y, sin saberlo, demostraba la humildad del editor frente a un texto ajeno, luego agregó: “es muy buen escritor, muy buen escritor…”

La segunda se dio en la clase de los miércoles, cuando sacó a una compañera por no poder responder por qué la ciudad de Viena era famosa. “Por su ópera”, se respondía a sí mismo con una decepción infinita que poco le importó la mirada ignorante de la muchacha que no tuvo más remedio que irse balbuceando algún insulto. A mí, clases después, me albureó cuando preguntó el origen latino y fálico de la palabra pincel; también me dejó en jaque cuando preguntó sobre las ciudades españolas que mantienen el mismo nombre en territorio mexicano; asímismo cuando por mala suerte tuve por decir “dar a luz”, en lugar de “parir”. “¡Pues qué son postes!”, refutó a mi oración que no recuerdo ni a qué iba a ser respuesta. Saber de tantos referentes y cultura general como sea posible construye en definitiva a un crítico más aguzado, más audaz; porque así nada lo puede agarrar por sorpresa. Además de que estas reprimendas me enseñaban que en lo editorial y en la crítica ser políticamente correcto es casi un servilismo patético. Es entonces cuando entiendes por qué el suplemento Sábado, del periódico Unomásuno, fue el más leído de la historia de este diario.

De izq. a dcha: Fernando Benítez, González Casanova, Huberto Batis y Cristina Pacheco, en la redacción de Sábado.
Tomada del muro del mtro. Batis.

El último y que marcó en mucho a Morbífica y en general al trabajo editorial que desde entonces he desempeñado se debió a la regañiza que nos puso a Karina Zavaleta, amiga y primera editora del proyecto, y a mí cuando le entregamos nuestro número cero, en donde incluimos una entrevista suya hecha por Iraís Jiménez. La leyó en voz alta frente al taller, luego la releyó y corrigió los errores de redacción e hizo anotaciones. Se detuvo en Juan Rulfo para hablar sobre la metáfora que le robó a Francisco Gabilondo Soler, Cri-cri, y que lo editores omitieron en Pedro Páramo -anécdota que luego encontraría en un texto de Leopoldo Lezama, publicado en Confabulario, y por el cual muchos se le fueron al cuello por siquiera pensar que Rulfo tuvo ayuda de distintas plumas para la construcción de la novela-. Nos insistió en la continua renovación de la revista, también que no fuéramos elitistas, que no publicáramos a nuestros amigos nada más, que cumpliéramos lo que prometíamos. Sin este aire paternalista que inunda el medio editorial, Batis nos recomendaba que ningún texto debe ser desdeñado, todo lo que nos llegara debía ser leído y analizado puntualmente, el trato entre autor-editor-lector es la trinidad sagrada para la creación de un proyecto sólido y fiel a su público. Al final, dijo gustoso que firmaría dos ejemplares. Los dedicó y anotó el futuro prometedor que veía en Morbífica.

Cada número, compraba de tres a cuatro ejemplares, que tengo esperanza que alguna vez leyó y no quedaron enterrados en la pila gigantesca de libros, siempre diferentes, en el asiento trasero de su auto.

Hoy Morbífica sigue en pie, publicando contenido original, propositivo y que se adapta cada día a un público que exige la rapidez de las redes, pero sin traicionar el lema “publicamos a quien quiera ser publicado” que el Mtro. Huberto Batis bien nos hizo entender como el punto de partida para un proyecto incluyente e innovador. Así como a Morbífica le espero cada vez más años y seguidores, a Batis le espero también más vida para que más torpes entusiastas como yo no desistan de hacer lo que la espina literaria y editorial todavía tienen por decir.

Vía: Revista Morbífica

Eric Angeles

Editor y fundador de revista Iboga, literato de formación, mercadólogo digital de profesión y diseñador web cuando hay necesidad.

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