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Las fauces de Cronos – El satanismo de Lautréamont

Bernardo Marcellin

Rebeldía quizá sea la palabra que mejor resuma la vida y la obra de Isidoro Ducasse (1846-1870), conocido literariamente como el Conde de Lautréamont. Su breve existencia se encuentra rodeada de misterio, en especial todo lo que se refiere a su fallecimiento. Su cadáver fue encontrado en su departamento cuando apenas contaba con veinticuatro años, sin que la autopsia haya podido determinar las causas de su muerte. En su obra principal, Los Cantos de Maldoror, existe un pasaje que muchos han interpretado como su propio epitafio: “Aquí yace un joven muerto de tuberculosis. No oren por él.” Como sea, su insólito fin parece el digno colofón de un texto que exhibe un satanismo extremo, como si el demonio lo hubiera llamado a cuentas una vez concluidas las condiciones de un pacto firmado por el poeta.

  Lautréamont provenía de un ambiente familiar asfixiante. El padre era un diplomático autoritario y mundano cuya única preocupación era la de brillar en sociedad. En cambio, al joven Ducasse le interesaba más leer y estudiar, mientras que su apariencia descuidada y sus violentos ataques de ira se oponían de forma radical a las expectativas paternas.

  El satanismo y el ocultismo eran una realidad viva en la Francia del siglo XIX; se les puede entender como una reacción a la deshumanización resultante de la Revolución Industrial y del materialismo que invadía todos los ámbitos de la existencia. Y podían también servir de punto de referencia para quienes estuvieran a disgusto con las circunstancias que enfrentaban. De esta forma, la rebeldía de Lautréamont era de forma simultánea una reacción contra la tiranía paterna y la manifestación de una búsqueda de sí mismo. Esta rebeldía fue canalizada hacia lo diabólico y es la motivación principal de Los Cantos de Maldoror, una obra en la que alternan alabanzas al demonio con insultos a Dios. Seguramente Freud nos diría que la divinidad no es otra cosa que la proyección de la imagen paterna, pero probablemente en el caso de Lautréamont represente asimismo al orden social en su conjunto. En este sentido, hay que recordar que se le vincula con algunos de los grupos anarquistas que actuaban a finales del régimen de Napoleón III.

  A lo largo de Los Cantos de Maldoror asistimos a una serie de crímenes gratuitos, motivados únicamente por el placer hacer el mal y de aniquilar al más débil, una actitud satánica, precisamente. El libro culmina con la ejecución de Mervyn, un joven inofensivo que ni siquiera intenta defenderse. Tras golpearlo y torturarlo, Maldoror le da muerte, pese a los vanos intentos de Dios por rescatar a su protegido.

  La vida de Isidoro Ducasse presenta una serie de desdoblamientos con los que pretendía negarse a sí mismo y, al mismo tiempo, definirse como persona. El conde de Lautréamont fue el primero de estos desdoblamientos, con el que pretendía romper con el mundo familiar, alejándose del ambiente frívolo del padre para convertirse en poeta. A su vez, Lautréamont se iba a transformar en Maldoror, ya no sólo un poeta bohemio sino un adorador del demonio, lo que representa una ruptura completa con respecto al orden social, religioso y moral. Maldoror es así la negación absoluta de Ducasse. Por otro lado, Mervyn es una especie de caricatura de sí mismo (es también el hijo de un padre autoritario), por lo que el asesinato perpetrado por Maldoror puede ser visto como la aniquilación del yo original y despreciado por parte del yo idealizado y rebelde.

  Por la temática que desarrolla, se puede caer en el error de ver únicamente el aspecto demoniaco de Lautréamont cuando, en realidad, la razón por la cual sigue siendo leído y admirado a casi siglo y medio de su muerte, es que se trata de uno de los poetas más originales de la historia, capaz de invocar imágenes de gran intensidad. Fue contado entre los poetas malditos y abrió nuevas vías para la expresión lírica, anunciando a Rimbaud y a los surrealistas, quienes reconocían en él a su precursor. Fue un escritor que supo traducir su desencanto con la humanidad y las estructuras sociales por medio de textos contundentes. El mar, por ejemplo, desempeña un papel importante en su visión del mundo y su inmensidad se opone a la mezquindad de los hombres. Asimismo, el océano ha sido tradicionalmente considerado como la morada del Mal. Muchas de las metáforas que emplea Lautréamont provienen del ámbito marítimo, como cuando se identifica con los tiburones, símbolo que corresponde bien a quien ha declarado abiertamente la guerra a la humanidad. La muerte es asimismo una presencia constante en su obra, como si estuviera consciente de que su fin llegaría pronto. Maldoror pasea frecuentemente por los cementerios y, con satisfacción, se da cuenta de que su cuerpo se está pudriendo en vida.

  Pero Lautréamont iba a romper súbitamente con la oscuridad. De sus Poesías, que hubieran constituido su segundo libro, sólo llegó a escribir el prólogo. En esas páginas, que firmó con su apellido original –Ducasse–, reniega de su obra anterior, afirmando que piensa alejarse del dolor y la maldad. Aunque no es posible saber hacia dónde hubiera evolucionado su pensamiento, el tono de las Poesías es opuesto al de los Cantos de Maldoror, sin que por ello desaparezca su actitud de rebeldía. Si bien en una de sus cartas comenta que piensa escribir un libro en el que cantaría la esperanza, no hay tampoco indicios de que estuviera dispuesto a aceptar a la sociedad creada por los hombres.

  Este cambio de tono tan completo ha motivado las opiniones más diversas. Hay quienes ven en la nueva actitud una posición esencialmente irónica, mientras otros creen que en verdad andaba en busca de vías distintas de expresión. O bien la explicación tal vez se encuentre en la tristeza que emana de forma sutil de las páginas de los Cantos de Maldoror.

Eric Angeles

Editor y fundador de revista Iboga, literato de formación, mercadólogo digital de profesión y diseñador web cuando hay necesidad.

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