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Las fauces de Cronos – Almorzando desnudos con Burroughs

Bernardo Marcellin

Uno de los escritores más importantes de la generación Beat fue William S. Burroughs (1914-1997), autor de muchas obras parcialmente autobiográficas y, ante todo, una figura polémica dentro del mundo del arte. Sus libros reflejan su vida caótica y caprichosa, no sólo en los temas que trata (las drogas, la homosexualidad) sino en la forma de desarrollar la narración, sobre todo a partir de la aparición de su texto más significativo: El almuerzo desnudo.

Burroughs pertenecía a una familia opulenta, siendo nieto del fundador de la Burroughs Corporation, que empezó produciendo máquinas sumadoras y, más recientemente, computadoras. Pero William no estaba orientado a los negocios y su familia podía pensar que sólo era capaz de generar problemas. Tuvo constantes roces con la policía en todo el mundo, principalmente debido a sus adicciones y a la recurrente acusación de que se dedicaba al tráfico de sustancias prohibidas. Por si fuera poco, un día en que ambos se encontraban en completo estado de ebriedad, mató involuntariamente a su esposa jugando a Guillermo Tell. Según su propia versión, fue este hecho traumático el que lo llevó a convertirse en escritor de tiempo completo.

Los libros de Burroughs traducen el mundo en el que se desenvolvía, pero no lo van a reproducir como un simple testimonio ni como el discurso de un pecador arrepentido. Aunque el tema de las drogas es central en su obra, no sigue el patrón de exposición estructurada de un Thomas de Quincey, por ejemplo, quien, en la primera mitad del siglo XIX, se atrevió ya a contar sus experiencias de adicto al láudano en sus Confesiones de un opiómano inglés. Tampoco busca presentar un estudio ordenado sobre los efectos de diferentes sustancias, como los escritos de Carlos Castaneda. El almuerzo desnudo no es un análisis frío de las vivencias del autor con la morfina u otras drogas. Esta novela ha sido frecuentemente comparada a un collage, con una serie de imágenes contundentes y un salto constante de una escena a otra, resaltando la dimensión angustiosa de estas experiencias. La falta de coherencia en el desarrollo de la acción es voluntaria: el libro fue armado de forma aleatoria a partir de las notas que había ido compilando a lo largo del tiempo. Más aún, el propio Burroughs afirmaba que podía empezar a leerse en cualquier punto.

Su publicación en 1959 desató una fuerte polémica y es, a la fecha, el último libro que haya sido sometido a un juicio por obscenidad en los Estados Unidos, juicio en el que resultó finalmente absuelto. En cambio, medio siglo más tarde, Burroughs es considerado como uno de los escritores más influyentes del siglo XX, principalmente debido a esta obra, al punto que Norman Mailer decía que Burroughs era probablemente el único escritor norteamericano vivo dotado de genialidad.

El texto de El almuerzo desnudo está lleno de metáforas virulentas y por momentos hasta puede llegar a parecer una prosa poética extremadamente densa, pese a la crudeza de las escenas descritas. La acción es vertiginosa, inconexa, sin una liga cronológica, como flashazos que reflejan acontecimientos que ocurren en diferentes lugares del mundo, en especial en Interzona, ciudad de ubicación indeterminada, aunque basada en las experiencias del autor en Tánger. Por momentos parece que sólo importan la adicción a las drogas y al sexo, muy particularmente la homosexualidad. Vamos de los negocios de tráfico de estupefacientes a la prostitución masculina, de la desesperada búsqueda de una vena para inyectarse a orgías que pueden culminar en una estrangulación sexual, como lo vemos en la sala de juegos de Hassan. Hay constantes referencias a enfermedades venéreas y se describe a detalle la última película pornográfica producida por A.J., el mercader internacional del sexo. William Lee, el doble del autor, está siempre huyendo de la policía y termina asesinando a dos agentes encargados de arrestarlo.

Burroughs afirma que los adictos viven en un tiempo especial, distinto al de los demás: el tiempo-droga, del cual el cuerpo es el reloj. Para ellos, la sucesión de impresiones y vivencias sólo tiene sentido con relación a su necesidad. La evolución de las escenas de El almuerzo desnudo parece precisamente regida por ese tiempo-droga, por esa búsqueda constante de morfina o de otras sustancias y donde la muerte violenta está siempre al acecho.

No obstante esta visión distorsionada de la realidad, en El almuerzo desnudo abunda la crítica social, como si pese a las adicciones, o precisamente a causa de ellas, el autor alcanzara un nivel de lucidez superior. Existen críticas en contra de la religión, el racismo, la ineficacia de la justicia y una abierta oposición a la pena de muerte. También se establece de forma explícita que, pese a las declaraciones de las autoridades, existe mucha gente a quien no le conviene que se curen las adicciones. El adicto, aclara, es el único factor insustituible en la ecuación de la droga.

A lo largo de la novela prevalece un humor negro que emana precisamente de esa lucidez y se enfoca en particular en contra de la medicina. Ésta se encuentra personificada por varios doctores que representan los vicios de la profesión: el doctor Benway, quien aparece en varias obras de Burroughs, interesado únicamente por su prestigio como médico e incapaz de valorar la dignidad humana; para él las personas son simples cobayas. Schafer realiza espantosos experimentos con humanos, Berger pretende curar a los homosexuales. Se busca la forma de controlar psicológicamente a los individuos y se aplican pruebas de desviación sexual a quienes se van a casar. En este punto, El almuerzo desnudo se acerca al género de la ciencia ficción y recuerda en cierta forma El mundo feliz de Huxley.

Obra revolucionaria en cuanto a la forma, en cuanto a la osadía de presentar los temas más crudos, El almuerzo desnudo es asimismo un texto de denuncia de las hipocresías que rigen nuestras sociedades. Por más que se diga, los adictos son en realidad una lucrativa fuente de ingresos para los hombres de negocios menos escrupulosos y las personas e instituciones que deberían ayudarlos a superar su adicción son los menos interesados en hacerlo.

Pese a la lucidez y a su sentido del humor, la visión de Burroughs es, finalmente, de un absoluto pesimismo que refleja su desencanto con la vida, con el ser humano y la sociedad que forjó. La única esperanza que le queda es la de llegar a curarse algún día de su dependencia de las drogas.

Eric Angeles

Editor y fundador de revista Iboga, literato de formación, mercadólogo digital de profesión y diseñador web cuando hay necesidad.

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