Iboga Shots – Frutas Kamikaze: monstruos publicitarios

Por Diego DanneMiller

Hace un par de meses entré a una tienda para comprarme algo de tomar. Veía los refrigeradores cuando comencé a sentirme un poco incómodo. Me sentía observado. Recaí en la estúpida y, supongo, siniestra conclusión de que me estaba observando algo y no alguien. Fue entonces cuando vi un envase de Boing a un mango humano. Estaba confundido. Evidentemente lo primero que pasó por mi cabeza fue qué o quién era mi nuevo amigo y qué quería de mí. La inocencia había dejado de ser. No supe qué hacer. Compré un agua y salí de la tienda.

Los siguientes días fueron de profundo extrañamiento y preocupación. Me sentía observado por caras y frutas. Y frutas con caras. Y frutas con gafas para pilotear. Comencé a notar la fuerte presencia de la campaña publicitaria de Boing de las frutas kamikaze por la ciudad. A pesar de que estuvieran en todas partes, no me causaban tanta ansiedad. No pude evitar preguntarme ¿por qué algo tan ridículo y aparentemente inofensivo como un mango con cara me había causado incomodidad, ansiedad y, finalmente, miedo? Encontré dos razones que me ayudaron a estar un poco menos incómodo.

La primera era que no podía lidiar con la idea de que algo inanimado actuara como algo animado. Supongo que es una sensación similar a la que nos producen los ventrílocuos o cosas como Chucky, Puppet Master o Toy Story, para los más sensibles. En esencia, es el extraño miedo de que las cosas se comporten como nosotros o de que nosotros nos comportemos como cosas (ver Lo ominoso de Freud). De enfrentarnos con algo familiar, que conocemos, pero extrañado, despojado precisamente de ese elemento que lo solía hacer familiar para nosotros. Estas frutas son un ejemplo de que la “línea distintiva” entre lo animado y lo inanimado se hace cada vez más difusa.

La segunda, un poco más elaborada, era que tanto las imágenes de estas frutas como las reflexiones emanadas de las horas que pasé pensando en ellas, habían roto uno de mis “paradigmas” sobre lo que se suponía debía de ser una imagen o un personaje publicitario. Mi idea anterior era que la imagen promocional de un producto (las frutas, el osito Bimbo, los personajes de los cereales, etc.) no debe de causar miedo, extrañeza o incomodidad, sino lo contrario: confianza, calidez, etc. Es decir, emociones “positivas” para confiar en el producto y poder consumirlo. Me dio miedo pues, algo que se suponía no debía darme miedo.

Investigué un poco y encontré que la campaña publicitaria de las frutas kamikaze existe desde hace por lo menos cinco años. No pude evitar preguntarme ¿por qué mierdas no las había notado antes? La razón más simple podría ser que no pongo suficiente atención en la calle, pero si consideramos que vivimos rodeados de publicidad, estaba destinado a verla tarde o temprano.

Creo que el hecho de que pase desapercibido lo ominoso o lo siniestro de que una fruta con facciones humanas te observe, se debe a que forma parte de una tendencia más general en cierto tipo de publicidad (destinada a los sectores jóvenes) que ya “hemos integrado”. Supongo que no lo noté anteriormente porque, la primera vista o de reojo, no había nada realmente nuevo que ver, nada que notar. Ya no percibimos a los monstruos que aparecen en nuestro día a día precisamente porque están en todas partes. Los hemos asimilado como algo normal.

Esta tendencia (en la cual uno de los últimos ejemplos bien podría ser el nuevo y delgado Melvin) no denota una pérdida de la “ternura primigenia” o de los “atributos originales” de los personajes publicitarios. Pensar eso sería una suerte de “tradicionalismo publicitario” medio absurdo. Sin embargo, creo que sí denota la existencia de un aparato de producción cultural de la monstruosidad que corre en paralelo al aparato “oficial” (manifiesto en el cine, principalmente) que se encarga deliberadamente de crear personajes y situaciones monstruosos o siniestros que deberían de asustarnos.

Al parecer hay un segmento de la publicidad contemporánea que, consciente o inconscientemente, está implantando nuevas imágenes y personajes que están en el entrecruzamiento de conceptos como lo siniestro, lo grotesco o lo monstruoso. Y está sucediendo de manera tan sutil que, por lo menos a mí, me costó trabajo percibirlo a primera vista.

Yo sólo les recomiendo estar atentos a esas miradas siniestras…

Eric Angeles

Editor y fundador de revista Iboga, literato de formación, mercadólogo digital de profesión y diseñador web cuando hay necesidad.

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