Por: Rubén Efraín López García
Prepárense, que esta ocasión la columna será muy húmeda. Esta vez nos tomamos muy enserio el título de Filososchairas y hemos decidido abordar un tema de los más turbadores. Sin más preámbulos, con ustedes: ¡su majestad el Porno (cochinote)!
Si bien en general el sexo y todo lo relacionado a él conformaban un tema tabú (bola de mojigatos), a través de los cambios sociales de la historia reciente así como de la aparición de nuevas tecnologías se ha presentado cada vez más una apertura en relación a este tema. Sin duda la industria del porno tiene mucho que decir al respecto y quizá nosotros tengamos mucho que contestarle también. Sin embargo, y tal vez justo por referirse al escarboso tema del sexo, la industria del porno ha crecido con identidad propia, con sus propios tabúes y sacralidades.
Acaso en el porno haya algo más que el mero espectáculo del afuera-adentro, algo que vaya más allá de la satisfacción del morbo de adolecentes chaquetos y puñeteros, y que ha permitido que el porno crezca a nivel de una industria mega redituable y exitosa que cada vez tiene más adeptos y fanáticos (a costa de sus fantasías masturbatorias y en desgaste de sus muñecas). Precisamente la fantasía, o mejor dicho, le deseo, es lo que está en juego aquí. Olvidémonos por un segundo de los cuerpos esculturales y perfectos que la mayoría jamás tendremos (ni nosotros ni para nosotros XD), donde todo es grande y sin rastro de vello, sin imperfección alguna; no, no me refiero a eso, más bien, y por muy contradictorio que parezca al estar hablando sobre porno, me refiero a las situaciones y circunstancias en las cuales se nos presentan esos cuerpos, al modo en el cual se nos presenta el sexo (mmmta, aparte de pervertido teto).
Si echamos un vistazo a las situaciones que se presentan en la mayoría de las películas porno, podemos encontrar lo siguiente: comensal se coge a mesera, suegra se tira al yerno, maestra seduce a alumno, patrón se chinga a sirvienta, plomero le da a ama de casa… donde todo acaba en finales felices. En un ensayo de algún filosofín posmoderno que anda por ahí llamado Giorgio Agamben y que se titula Idea del comunismo (pervertido, teto, posmo y comunista, pfffff….) se-nos dice que en el fondo lo que se muestra en esta clase de escenas, es en realidad la desaparición de toda barrera entre clases sociales y jerarquías, y la instauración de una verdadero estado de igualdad, pues todos parecen obtener el mismo placer y felicidad (entonces feminazi salvaje aparece para terminar con tu asquerosa y machista existencia).
Quizá esto sea el mensaje subliminal del porno que lo hace tan atractivo, ya que nos sugiere que las diferencias pueden ser salvadas, pues ahí donde opera el deseo desaparece toda legislación externa y represora, y el otro aparece no como una amenaza sino como una posibilidad de placer y felicidad. Entonces lo fantástico del porno es que tal vez, y precisamente, esa fantasía sea más bien una promesa de que cualquiera, sin importar su estatus o condición social, pueda satisfacer todos sus deseos y necesidades sin importar los limites externos. El porno es ante todo la superación de los límites y la ruptura de las diferencias.
Ya sé que existen muchas formas de joder el argumento (de joder en general). Por ejemplo, si de lo que se trata es de romper barreras entonces el porno infantil o meterse con pulpos y anguilas está bien, pero no, no estoy diciendo eso; tampoco estoy diciendo que entonces todos deberíamos salir y montar la orgía más grande de la historia (¡¿y por qué chingaos no?!), sino más bien que la tarea del porno es justo la de mostramos nuestros deseos más básicos y reprimidos, deseos que en ningún otro lugar tenemos permitido interactuar con ellos o enfrentarlos. Au revoir y palmas para todos.