Andrei Lopez
Tenía mas de tres semanas emborrachándome, estaba encerrado en mi cuarto bebiendo desde que Yesica se fue, llevándose consigo el poco amor que me quedaba en las entrañas en una mano, y en la otra sus libros viejos de poesía. Me estaba matando lentamente con los vinos rancios que tenía, los restos de botellas de licor y con cerveza. Mi último sueldo en cerveza. No sabia cuando acababa el día e iniciaba otro. Así estuve estas últimas semanas. Pero el alcohol se acabó. Estaba en un estado muy culero, mi cuerpo estaba lleno de moretones por los putazos que me ponía cuando me caía de borracho. Mientras que mi olor era una mezcla de sudor, sangre y alcohol adulterado: la fragancia de un fracasado.
Tenía que conseguir mas alcohol, solo habían pasado algunas horas y me empezaba a dar la temblorina por no beber, me sentía enfermo. Justo como cuando vi, conocí, y viví a Yesica. Me causaba la misma sensación. Sabía que me estaba matando a cada beso igual que a cada trago, pero aun así seguía. Lo disfrutaba. Ahora que se fue junto su lencería negra y las tardes de sexo, sólo me queda mi alcoholismo, lo que está bien hasta cierto punto. Pero en ese momento tenía que conseguir algo que tomar rápido; sino, el alcohol también me traicionaría. No sé hasta que punto eso sea tan malo, no es que me importara mucho ahora.
Empecé a revisar en mi cuarto si dejé alguna botella sin beber, o alguna lata de cerveza que se haya ido por debajo de la cama, pero nada. Ni una gota de alcohol en esta habitación. Sentí que las paredes se reducen más y más y empiezo a sudar como si estuviera en el infierno, tal vez esto sea el infierno. Ya que no encontré alcohol, empecé a buscar dinero, pero estaba en la ruina. Sólo tenía bolsas de arroz y algunos libros, pensé en venderlos. Pero no creí encontrar a alguien interesado en comprar arroz o leer a Camus a las dos de la mañana. Estaba jodido.
Recuerdo que en mi mochila, tenía una bolsa de emergencia llena de cambio para los camiones, revisé y ahí esta la bolsa llena con monedas de peso y de cincuenta centavos. Conté el total y junté dieciocho pesos. Suficientes para una cerveza. Eran las tres de la mañana. Si compraba la cerveza, duraría lo suficiente para aguantar otro día. Tendría que conseguir un empleo y otra mujer, pero primero tendría que sobrevivir a lo que restaba de la noche.
Salí a la oscuridad de la madrugada con las monedas en mi mano. Fui tambaleándome entre las calles, raspándome con las paredes hacia el Oxxo más cercano, no había nadie en la calle. Eso me gustó. Vi la tienda iluminada y a un empleado revisando su celular, toqué la ventanilla y el empleado me vio por unos segundos y me ignororó. Volví a tocar más fuerte y hasta que abrió la ventanilla.
—¿Qué quiere? —dijo el empleado algo molesto
—Véndeme una cerveza.
—No se vende alcohol hasta las siete de la mañana.
—No seas cabrón, ¿no ves que me estoy muriendo?
—Me vale madres, por favor ábrete a la verga — dijo mientras cerró la ventanilla.
—¡VÉNDEME UNA CERVEZA, HIJO DE TU PUTA MADRE! —grité.
El empleado me ignoró y regreso atrás del mostrador. Yo me quede viéndolo por el vidrio de la puerta y entendí que estaba muerto. Al igual que yo. Ya no tenía fuerzas para caminar más y en cualquier momento mi cuerpo dejaría de funcionar, sólo me recargue a un lado de la puerta y me dejé caer, eso era todo. Tenia veintitrés años, pero parecía de treinta, aunque mis órganos parecían de alguien de setenta. Definitivamente me pasé de verga y era hora de pagar la factura. Sólo deje caer las monedas de mi mano, que rodaron hacia muchas direcciones que no pude distinguir en la oscuridad.
Estaba tirado en el suelo cerrando mis ojos, cuando unas luces iluminaron mi cara. Era una camioneta negra del año. De la camioneta bajó una mujer, llevaba un vestido dorado, su pelo era blanco platinado que iba bien en combinación con su vestido. Era espectacular. Era una diosa. Luego observé sus senos, eran enormes. Y le quedaban a la altura del abdomen, estaban operados. Luego vi sus manos y eran muy grandes, me di cuenta de que era un travesti. Se dirigió a la ventanilla y pidió algunas cosas, el empleado corrió para atenderla. Le dio una botella de whisky, una de tequila y tres six de cerveza Tecate. Ella pago con un billete de mil y no recibió cambio. Ella tomó las cosas. Entonces ella volteó a verme; clavó su mirada en mí, caminó con las cosas hacia mí y se agachó.
—Hola guapo. ¿Qué haces aquí? Parece que no estás bien. —dijo con su voz femeninamente masculina— ¿Necesitas ayuda?
—Estoy bien, cariño. Sólo estoy muriendo, vete a divertir con tu hombre. La noche casi acaba.
—¡Eso esta muy mal! Creo que tienes que ofrecer algo más todavía… Supongo debe ser un problema con el corazón, querido. Tranquilo, encontrarás a alguien; aunque sea, alguien que te la mame rico.— dijo riéndose con su suave voz rasposa—¿Necesitas algo?
—Una cerveza —respondí.
—Ten —dijo mientras desprendía dos latas de Tecate de un six— Por hoy seré tu ángel de la guarda. Espero que te sientas mejor corazón. Nos vemos.
Ella subió al carro con las cosas y se marchó, yo me apuré y abrí una cerveza. Estaba fría, tan pronto se deslizo por mi garganta, parece que mi alma decidió darme otra oportunidad, seguía sintiéndome de la verga; pero, sentía. Era una pequeña victoria.
Me levanté, vi al empleado, le señale la cerveza que estaba tomando y le hice una seña con el dedo, él me respondió igual. Sonreí. Tomé la otra cerveza y me marche. Quizá tenga razón la travesti; pensé, mientras terminaba la cerveza. Por ahora, debo recordar el camino al cuarto.
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