Por: Yareli Baas
Pablo Trapero, director de la cinta Elefante Blanco se posiciona entre las voces más jóvenes del nuevo cine argentino surgido durante la década de los años 90. En esta ocasión explora un tema que sigue siendo doloroso para la sociedad argentina; la pobreza y marginación que sufre la población que habita los alrededores de Buenos Aires; las llamadas villas.
La historia retrata principalmente la lucha -o quizá deba decir las luchas- del padre Julián (Ricardo Darín). El film, abre desde los primeros minutos con un anuncio de fatalidad y muerte al ver al protagonista sobre una tabla para tomografías craneales, por lo que no es difícil percatarse del tono que se permeará a lo largo de la cinta.
Por otro lado, sociedad y religión en el siglo XXI parecen para algunos, temas incompatibles, especialmente tras el declive sufrido por la iglesia a lo largo de los últimos años.
Sin embargo, ya sea desde el lado de la guerrilla, como han sido retratados algunos sacerdotes –como lo hace el mexicano Damián Alcázar en la polémica cinta El crimen del padre Amaro–, o desde la vía pacífica, como es el caso del protagonista, el padre Julián, la fe sigue intentando dar sentido al caos social propiciado por los intereses políticos de América Latina.
El Elefante Blanco es una construcción ruinosa que se erige en medio de una villa en la que habita una sociedad olvidada ayudada por el padre Julián, una trabajadora social Luciana (Martina Gusman) y, recientemente el cura francés Nicolás (Jérémie Renier) sobreviviente de la guerrilla en el Amazonas y ex colega de seminario de Julián.
Los habitantes de la villa son en su mayoría jóvenes que viven en medio de los disturbios ocasionados por las guerras territoriales entre narcotraficantes, mismos que generan una mórbida ternura para un espectador mexicano, es decir, al pensar en las guerras y el horror que se vive en nuestro país al ser territorio fronterizo con el mercado mayor, los Estados Unidos.
El padre Nicolás también contrasta con la personalidad de Julián, no sólo por su juventud sino por su débil personalidad. Resulta interesante pensar en estos dos personajes como una retrato del declive de las prácticas de la fe. El temor y la impotencia frente a una sociedad relegada, miserable y violenta, deja de lado toda esperanza, ante lo cual, la única salida posible parece ser la entrega del cuerpo en un ejercicio erótico para vaciarse de sí mismo.
Elefante blanco, en fin, es una película de carácter denunciante, además existen guiños a la muerte del padre Carlos Mugica, símbolo de la resistencia pacífica durante la dictadura. Su muerte no ha sido esclarecida hasta la fecha.
En fin, es una buena película para sumergirse en el mood de lo que no se ve normalmente de la sociedad cono sureña.