Por: Eduardo Matías Cruz
Al escuchar la palabra “olifante” muchos, sin duda, pensarán en la bestia que aparece en los textos de Tolkien, pero en las lenguas romances –como el francés y el español– el término refiere al cuerno de marfil que en la Edad Media se hacía sonar en las batallas. Al pensar en un olifante lo asociamos a nuestra realidad, lo más conocido: el elefante.
Esta criatura que puede llegar a inspirar ternura, tiene un sin fin de significados que varían de una cultura a otra, siendo más generales, el simbolismo de la fuerza real, la estabilidad e inmutabilidad y la sabiduría. Mientras en Occidente los elefantes corresponden a una idea de torpeza y pesadez, en Oriente generalmente son partícipes de la divinidad, por ejemplo, para el hinduismo son equivalentes a las nubes y la lluvia, así como el vehículo de los reyes como Indra, representado como un elefante con cuatro colmillos, siete trompas y de un blanco sin mácula: Airavata. En la mitología Airavata es montado por Indra; se teje una conexión entre el agua y la lluvia por medio de este ser que extiende su trompa hasta el inframundo para absorber el agua ahí depositada y luego rociarla sobre las nubes consiguiendo que ésta caiga en forma de lluvia. Airavata nace del canto de Brahma sobre la cáscara de huevo de la que surge Garuda, ocho elefantes más siguen a Airavata y esos ocho refieren cada uno de los puntos cardinales. En Tailandia Airavata es nombrado Erawan y representado como un gran elefante con tres cabezas (aunque a veces llegan a sumar 33), cada cabeza posee más de dos colmillos, aunque en esencia sigue simbolizando lo que en el hinduismo.
En tal religión aparecen más historias que recurren al elefante como símbolo o mensajero de la divinidad. Borges en alguna conferencia hablaba de un elefante blanco que se presentó ante la reina Maya en un sueño, tal bestia onírica provenía de la Montaña de Oro y entraba en el cuerpo de la reina, la descripción física se convertía en una representación mitológica puesto que se trataba de un proboscidio con seis colmillos que corresponden a las seis dimensiones: arriba, abajo, atrás, adelante, derecha e izquierda. Los astrólogos del rey predijeron que Maya daría a luz a un niño que sería emperador de la tierra o redentor del género humano, por lo que su padre desea evitar que su hijo se convierta en Buddha, pero esa es otra historia…
Curioso es que el hinduismo represente la sabiduría como un dios con rostro de elefante montado sobre un ratón: Ganesha; esto se comprende filosóficamente atendiendo la idea de que la sabiduría es tan grande pero tan ligera, que hasta el más pequeño ser es capaz de cargarla. Una de las versiones del nacimiento de Ganesha cuenta que Shiva dejó a Parvati cuando ésta se encontraba embarazada, él tuvo un enfrentamiento a su regreso con su hijo, pues Parvati le había indicado al crío que mientras ella se estuviera bañando no debía permitir que nadie entrara a la casa. Shiva se molestó porque Ganesha no le permitía entrar y le cortó la cabeza, cuando Parvati se dio cuenta fue tanta su aflicción que Shiva le prometió sustituir la cabeza del niño con la del primer ser vivo que pasare por el lugar, siendo la testa de un elefante la que suplió la del joven Ganesha.
Así tenemos que el elefante en la cultura oriental atiende a cuestiones divinas y ontológicas, mientras que en occidente su simbolismo se limita a la fuerza y figura del animal. Hay un intercambio de fuerza divina por fuerza física, por violencia, apegado más al simbolismo presente en ciertas culturas africanas y, claramente, más afín a la imagen de los olifantes que nos muestra Tolkien.
Un último significado adherido al elefante se relaciona con la castidad, pues dicen que cuando la hembra está gestando el macho no se aparea con ninguna otra ejerciendo así una imagen de castidad y fidelidad.