Por Víctor Arzate  Ilustración: Eduardo MG

La fiesta fue en la casa vieja detrás de la gasolinera dos caminos. Mafer llegó pasando las once, el humo de su cigarro se confundía con el vapor que exhalaba su boca.

Los punks bebían en el jardín, Mafer entró sin saludar abriéndose paso entre las crestas. Envases de cerveza y thiner decoraban el piso pegajoso al que se adherían sus botas. Ella se recargó junto a la ventana, el frío se colaba por el plástico negro que hacía de vidrio. Los punks, sin playera, se golpeaban coreando: “Sólo creo en lo que veo y lo demás a la mierda Checo puso a la Polla Records para seguir con el slam. Mafer lo miró sacudir su cabeza, él saltó y dio codazos a cuanto bulto sintió alrededor; su torso estaba rojo y sudado. Lo que más le gustó del punketo fueron sus Dr. Martens verdes.

Acabó la canción y Mafer fue a humedecer su estopa en la mesa donde estaba el diluyente. Regresó junto a la ventana para observar el baile, después de un rato, decidió meterse. Entró al rodeo repartiendo golpes con su cadena en la mano. Checo sintió un puñetazo en la espalda, sin voltear a ver de quien provenía santo madrazo, giró sobre su cuerpo e incrustó su codo huesudo en la cara de Mafer. Ella fue a parar al piso, sangrando de la nariz y la boca. Checo la jaló para acomodarla a un lado de los cuerpos que seguían golpeándose, pidió la botella de disolvente y lo vertió en la boca ensangrentada para cauterizar la herida. Mafer no reaccionó, estaba inconsciente.

— No mames, pinche Checo, te pasaste verga—. Dijo el Flaco riéndose.

— No me chinges, pendejo, para qué se mete la morra si no va a aguantar los putazos. A parte de que ni la vi, fue puro reflejo. Ya ves cómo soy de vergudo pa’ soltar codazos. Ya no me castres y rólame un toque.

— Póngase, la banda, no más al rato me corres una estopita.

— Simio, al rato le corro estopa y flan pa’ que aloque. No más no vaya a querer filetear a nadie, que no estamos en el barrio y no venimos con la flota.

El Flaco se fue y dejó a Checo tirado junto a Mafer. La estancia se llenó y ellos comenzaron a estorbar. El de las botas verdes la cargó y le pidió ayuda a su amigo para subirla a un cuarto. Entre los dos abrieron una habitación y a tientas la acomodaron sobre unos cartones en el piso.

— Pinche morra, se ve re buena con esos mallones rosas atigrados y su faldita de mezclilla. Deberíamos de darle una calada. Total, ya andaba bien monkey y con el madrazote que le pusiste no creo que se aliviane.

— ¿Tú eres pendejo o muy buen actor? Si alguien se la chinga voy a ser yo por haberla anestesiado. Mejor ábrete a la verga antes de que te meta unos putazos.

— Oh, yo no más decía. No seas erizo.

Encogiendo un poco el cuerpo, el Flaco rodeó la silueta de Checo para salir del cuarto. El otro lo vio de reojo hasta que su “camarada” cerró la puerta. Checo se puso junto al bulto de mallones rosas y pensó que si no fuera por ella, estaría disfrutando del desmadre, el punk, los golpes y las drogas. La miró por un rato para cerciorarse que seguía inconsciente. Metió la mano por debajo de la falda y sintió lo tibio de aquella superficie. Subió la mezclilla, miró el triángulo que se dibujaba en el mallón. Acarició las nalgas y bajó la licra hasta la altura del muslo: un sexo blanco y despoblado apareció frente a él. Despegó las piernas y metió sus dedos una y otra vez hasta sentir humedad; con la otra mano tomó su miembro y comenzó a masturbarse, retiró sus dedos pegajosos de Mafer y se acercó a su boca para acabar en ella.

  • Mínimo que se pegue unas mamadas por pendeja.

Pensó el punketo al tiempo que introducía su pene en la boca de mallones rosas. Cerró los ojos y empezó a martillar su cadera contra el rostro de ella; el éxtasis aumentó y decidió meterle todo el miembro hasta la garganta. Checo sintió la campanilla en su glande. Un cosquilleo subió por su espalda, apretó los músculos y liberó un pujido como quién aguanta la respiración por un instante.

Mafer comenzó a toser, sintió el pelo rizado en la nariz y abrió los ojos. Horrorizada dejó caer el peso de sus mandíbulas hasta juntar sus dientes. Checo cayó al piso como si lo hubieran golpeado en la entrepierna. Mafer escupió el pedazo de carne ensangrentado, y aullando rabiosamente, pateo el pecho del botas verdes. Checo dio estertores hasta que dejó de moverse. Ella bajó corriendo por la escalera.

En la calle varios punks picaban al Falco, que, lo último que vio, fue a mallones rosas huyendo en la oscuridad.

Eric Angeles

Editor y fundador de revista Iboga, literato de formación, mercadólogo digital de profesión y diseñador web cuando hay necesidad.

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