Si tienes un sueño, es que tienes el tiempo

para realizarlo.

-Proverbio Maya-

Por: Andrés Piña

El silbido de las aves adorna el paraíso escondido del Nido; no por nada es el tercer aviario más grande del mundo. En él habitan alrededor de 320 especies, contando al quetzal, ave de los mil colores, y figura emblemática del pasado prehispánico de nuestra América salvaje. En este rincón de la vida silvestre, se puede escuchar a lo lejos el único y verdadero sonido de la naturaleza. Es un trueno en medio de Ixtapaluca. Hay flores con copos amarillos que adornan los caminos escondidos del aviario, la vista se ennoblece entre tantos destellos de armonía. A cada paso tienes que mover la mano para remover una rama o espantar un insecto, parece que quisieras despabilarte de un sueño para de cerciorarte de que, entre tanto verde, existes. Las cascadas sembradas en la tierra se inclinan en forma de hojas circulares. Estoy seguro de que se asemejan a esos árboles gigantes de la India, que tan bellamente narró el griego Onesicrito, discípulo de Diógenes de Sínope, en sus viajes por Asia con el ejército de Alejandro Magno. Por otro lado, están las llamadas hojas de plátano, que se embarran en la tierra, pavimentando a diestra y siniestra las huellas que el curupira o guardián de la selva, va dejando a su paso. En este viaje apasionante, ves en primer lugar a cierta ave, que en algún momento de la antigüedad decidió dejar los cielos y bajar a conversar con los hombres, su nombre es “Emu” y suele andar como un turista más por el aviario. Allí, tras una malla de metal, más por su seguridad que por tiranía, está el faisán Argus o faisán de los mil ojos, que según cuentan quienes lo adoran, sabe predecir los cambios climatológicos. Los tigres siberianos rondan al principio del recorrido, pero sus fauces son memorables. Entre las tortugas de orejas rojas y los cuervos, no parecerá que el tiempo afecte de manera determinante tu movimiento. Quizá solamente, como en mi caso, despiertes sobriamente al calor de la selva, por un picotazo de quetzal, que es de buena fortuna. Ya lo decían los Lakota, indios del norte, que cuando un hombre y un animal se conocen de esta manera, se vuelven uno mismo.

No te pierdas la oportunidad, de volverte uno con las aves que vuelan en el Nido. Es, sin duda, toda una aventura.

Andrés Piña

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