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La muerta de Madero

Por Jatziri López Mercado

Nos bajamos en la gas de Huipulco para comprar los dulces que él vendería el día siguiente en la ENAP. –Una de tambores, de cacahuates, unos bubulubus. – le leía desde la lista. –Ahora sí hay que comprar unos fats para nosotros– le recordé mientras salivaba. Caminamos por San Juan de Dios; justo a la mitad, está la dulcería. Salimos con las bolsas y caminamos hacia las vías. De repente y desde atrás, una mujer chocó con mi brazo. Supuse que llevaba prisa. Atenta, no la perdí de vista. La vimos ir deprisa hacia las vías y pudimos deducir que el trailer eléctrico encarrilado sobre las vías férreas tendría inevitablemente un encuentro con ella. De todas la configuraciones posibles de esta confluencia deseé que fuera la siguiente: aquella señora pararía, el trailer eléctrico pasaría frente a ella, yo al fin suspiraría. A pesar de nuestra perturbación  mental como espectadores sigilosos, no pasó así (algunas veces el deseo no basta). Se paró en el centro de nuestras fibras, de las vías y de un problema. El idioma corporal del conductor nos dejó adivinar que se reía de ella, que la estaba provocando. (¿Por qué no se movía?). El conductor apostó por acelerar para atemorizarla. Lo hizo con fuerza y la atropelló. “No debió atropellarme” presentí cuando dejé caer los dulces al suelo.

 Ojos cerrados. (1…2…3) Ojos abiertos.

Nos acercamos temerosos (-que no esté muerta, que no este muerta, por favor, que no esté muerta-). Veíamos su rostro. Inesperadamente, el aerosol plateado junto con algunas gotas rojas difuminadas en su piel morena me recordaron su historia: era Auxilio, una mujer que trabajaba en la calle de Madero esquina con Palma como estatua humana. La recordé porque un día aleatorio me paré a tomarle una fotografía: el letrero del Centro Joyero la presentaba y su piel plateada se acompañaba con los metales que se exhibían en las joyerías cercanas. Hacía muy bien su trabajo: parecía muerta.

Ojos cerrados. (1…2…3) Ojos abiertos.

Volteando a verlo le dije: –Nunca logré verla de frente más que muerta–. Vimos nuevamente su rostro. Cada vez se acercó más gente y cada vez más el foco de quien nos veía (no era yo, yo estaba viendo a Auxilio) se elevaba alejándose poco a poco del acontecimiento. Entretanto, acompañada del sonido de las sirenas, la voz en off de Julio Cortazar cantaba: –Nunca habías tenido un triunfo tan grande como este, doña Auxilio. Ni un clavo en la pared está tan fijo en su papel como tú lo haces en el tuyo. Cual hijo que se asustaría por verte convertida en piedra, yo estoy tremendamente devastado por verte tan muerta. Te perdonaría que te equivocaras, te perdonaría que te movieras. Te perdonaría que te equivocaras, te perdonaría que te movieras.

jashita

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