Por Eric Ángeles Juárez
Imágenes aleatorias de mi día de muertos: un espejo de agua con flores de cempasúchitl, un sujeto disfrazado de ave pasando un pincel por la cara de mi novia, un laberinto de cartón naranja atestado de gente, un oso de peluche gigante cantando rolas de metal, una sexy arlequín abriendo cervezas, un esqueleto bailando en un crucero de la Zona Rosa, Terminator entrando a un prostíbulo, yo bailando con una prostituta Molinos de viento de Mago de Oz, un trajeado haciendo tubo hasta caer de rodillas…
Mi estómago estaba librando una batalla consigo mismo. Sentía un Alien queriendo salir de mi interior, tal vez fecundado por las dos malteadas de helado de crema y galleta que me preparé en mi casa antes de salir. Un niño disfrazado de algo que no distinguía berreaba y lagrimeaba en la mesa contigua y su estruendo y mi dolor hacían una perfecta combinación con mi dolor de panza. No pude terminarme mi baguette vegetariano y cuando Vanessa acabó el suyo, me llevó directamente a la farmacia por unas pastillas de Pepto Bismol.
Caminamos por el Paseo de la Salmonela y entramos a CU y a cada paso que daba mi dolor disminuía con ese sabor rosa tan particular. Aún había de algo de luz, y el lugar no estaba tan lleno como esperaba, así que comenzamos a ver las ofrendas y tomar algunas fotos. Este año, la Megaofrenda estaba dedicada a Remedios Varo, por lo que la reproducción más común en cada espacio era Mujer saliendo del psicoanalista. Como niños pobres en dulcería o colibríes en invernadero, corríamos de una ofrenda a otra. Nos acercamos al espejo de agua que en todos mis años de estudiante estuvo siempre vacío, y ahora el agua y las flores de cempasúchitl que flotaban en él mojaban a los intrépidos que chapoteaban dentro, como si fuera una fuente de Chapultepec.
El reflejo de la luna rebotaba en el espejo y Vanessa aprovechó la escena rom{antica (muy del siglo XVIII) y se sentó al borde del espejo, me abrazó con sus piernas y así permaneció un buen rato prensada en mí como koala.
Minutos más tarde contemplamos un mural de decenas de calaveras de colores, unas cubistas, otras futuristas, unas más remediovaristas. La noche ya lo inundaba todoy como buen 2 de noviembre algunos monumentos andantes escaparon de la calle Madero y comenzaron a pedir cooperación en todas las islas. Había personajes de Silent Hill, Catrinas y hasta un tipo en zancoas que Vanessa y yo estuvimos a punto de derrumbar varias veces, pero el que más nos llamó la atención fue un ave del cuadro… de Remedios Varo. Tenía como accesorios una paleta de colores, un pincel y un botecito de cooperación a sus pies.
Nos acercamos a él y Vanessa depositó unas monedas en el bote esperando un performance o algo extraordinario, pero el ave sólo hizo media reverencia y extendió la mano con la que pintó la cara de mi novia con tinta invisible que la hizo verse aún más bonita.
Nos dio un ataque de locura y perseguí a Vanessa por todas las Islas. Ella corría y yo me escondía entre la marabunta, y cuando al fin conseguía llegar a ella, nos deshacíamos en un ataque ñoño de besos y risas o nos tumbábamos en el pasto en un abrazo que parecía perpetuo hasta que el tiempo se aburría.
De regreso a Buenavista sólo nos quedó el olor a cempasúchitl pegado a los recuerdos junto con nuestra primera foto juntos en medio de tanto muerto y medio vivo de C.U.
No queríamos separarnos pero el reloj de Cenicienta marcaba ya la partida del próximo tren suburbano, así que concentramos toda nuestra esencia en un beso y la boca me supo a ella casi toda la noche.
Mis jeans, mi chamarra de motociclista y mi playera del club Tecate apenas parecían disfraz, pero con mi mascarilla de Terminator y mis lentes de sol era obvio que andaba pidiendo calaverita. Me reuní con Tiros, Josué y un tipo de su trabajo que trataba como su novio en la Cueva del Lobo, para empezar el precopeo de noche de muertos. Yo no era el único disfrazado, los de la banda, las meseras y algunos clientes también llevaban el espíritu halloweenesco encima. Todos los sujetos miraban a nuestra mesera disfrazada de arlequín sexy, que parecía querer ganar buenas propinas con tanto contoneo innecesario y tolerancia a los borrachos.
Ya casi terminaban un cartón cuando yo apenas comenzaba y pronto pedimos otro y le dimos baje. Bryan Amadeus me marcó y me dijo que nos alcanzaba. Maya y Gerardoandaban por Coyoacán calando una fiesta a ver si le caíamos. Nosotros ya muy entonados disfrutamos de la banda que tocaba metal: el baterista parecía un pirata, uno de los guitarristas tenía una extraña máscara de caballo y el cantante principal usaba un mameluco gigante del oso Ted.
Llegó Bryan y Joshua comenzó a trollearlo con las últimas chelas que quedaban. Cada vez que se volteaba, echaba un chorro de salsa a su cerveza que se traducía en una pequeña mueca de desconcierto a cada sorbo.
Salimos algo borrachos del bar. En la calle, Tiros se puso su mameluco de calaca y su máscara que le daba un aire a la Parca. Joshua y su novio compartieron un antifaz de lobo que se turnaban y Bryan sólo reía porque estaba muy sobrio. Le marcamos a Maya y nos dijo que lo esperáramos por la Glorieta de Insurgentes porque la fiesta había chafeado y ya venían de regreso.
En la glorieta nos tomamos una sesión de fotos idiotas. Una niñita que vendía mazapanes se le acercó a Tiros y no dejaba de abrazarlo como si fuera Santa Claus Calaca. También tomamos varias fotos de eso, aunque parecían de una porno fetichista-pederasta.
Nos movimos hacia Hamburgo a esperar, donde Tiros aprovechó un crucero con autos esperando el siga para bailar Thriller con su disfraz. Nos sentimos tentados a pedir colaboración tras su actuación, pero la risa no nos dejó.
Maya nos marcó, dijo que lo esperáramos por el metrobús Durango, por lo que peregrinamos de regreso y esperamos a que llegaran. Gerardo trajo a la banda del Cervantino que me saludó muy efusivamente reviviendo recuerdos. Al parecer todos iban a entrar al Sudaka, un antro electro que cobraba 100 de cover, por lo que los sobrevivientes de la Cueva, que ya teníamos poco dinero, ya no pudimos entrar.
¡Vamos a changear!, dijo Tiros y a Bryan le brillaron los ojitos. Yo pensé que cualquier lugar era bueno si nos alcanzaba para unas chelas, así que apoyé la moción. Josué y su novio se pusieron de mamones, agarraron un taxi y se fueron, posiblemente a tener sexo entre ellos.
Tiros, Bryan y yo, estábamos decididos, así que nos despedimos de Gerardo y de Maya y tomamos el transporte nocturno de Insurgentes rumbo a Ecatepunk.
Llegamos muy rápido a Indios Verdes, donde sorprendentemente a las casi 3 de la mañana aún había transporte hacia la Vía Morelos.
Ya se nos bajaba el alcohol cuando al fin llegamos a oscuras a ese lugar en medio de la carretera. La tierra prometida se llamaba La Hacienda y por fuera parecía una tienda de conveniencia abandonada con varios cadeneros-chacas afuera.
Entré al lugar y quedé sorprendido. El techo de lámina, las paredes de tabique a medio pintar y grafiteadas, las mesas metálicas de Corona y las mujeres más feas que he visto reunidas en un solo lugar.
Bryan, Tiros y yo nos sentamos y de inmediato vino “el Pelos”, un sujeto que parecía más un chimpancé chimuelo que un mesero, que nos trajo unos cacahuates japoneses que brillaban de grasosos, pero que desafortunadamente terminé comiendo.
Pedimos una cubeta mientras la banda tocaba charangas, acomodada en el techo del baño y adornada por un tendedero con tangas de colores. De inmediato sentimos la mirada de todos en el lugar, y yo con mi atuendo de Terminator me sentía en especial observado.
Gordísimas, viejas, llenas de estrías, oxigenadas, barrosas, chimuelas y con un maquillaje de donitas Bimbo, no había ni a cuál mujer irle del lugar, pero no tardaron nada en acercarse a ofrecer sus servicios de compañía que rechazamos cortésmente.
Una señora de unos 60 años me tocó por la espalda, me sonrió coquetamente y huyó enojada por mi indiferencia. Otra oxigenada se sentó a mi lado y me dijo “Want you for drink?” y yo puse cara de “what”; muy indignada me preguntó “¿Qué no sabes inglés?” a lo que contesté que sí, pero que no le había entendido ni madres.
Tiros, impulsado por el mordo de Bryan, le invitó una chela a una puta por 30 pesos, pero al parecer no era muy amigable y huyó al terminar su bebida. Entonces una chica (la más simpática del lugar, no en sentido físico claro está) reconoció a mi amigo de otras visitas y se sentó en nuestra mesa a pesar de que le dijimos que no teníamos dinero para pagarle.
A mi lado una chica sumamente obesa se había montado en un tipo y se le restregaba masudamente en tanga simulando un coito de zoológico. Bryan estaba hipnotizado por la línea de la tanga que se asomaba entre sus carnes.
En la pista todo se animaba y un oficinista de traje comenzó a bailar teibol con el tubo estratégicamente colocado en medio del lugar. Luego un sujeto de nuestra edad, delgado y no tan feo como probablemente se creía, comenzó a desnudar a la más gorda del lugar contra el mismo tuvo, que se deshacía entre risas y bailes supuestamente sensuales.
Se nos acabó la cubeta y pedimos otras 3 chelas con lo poco que nos sobraba. El Pelos trajo unos cigarros a la chica de nuestra mesa que me ofreció una fumada que rechacé por miedo a las criaturas virales que habitan en los abismos corporales.
Nos dijo que ella y todas sus compañeras nos tacharon de “guapitos mamones” cuando entramos al lugar, y nos preguntó por qué no bailábamos. Yo acepté mi ineptitud en la pista y Bryan fingió que no sabía, mientras que Tiros ya sacaba a bailar una tras otra puta a charanguear.
Sonó Molinos de viento de Mago de Oz y la chica me dijo “tú te ves rockero, esa es de tus rolas, vamos a bailarla” y antes de que pudiera reaccionar ya estaba en la pista bailando como hobbit. Bailamos un par de charangas después, yo muy perdido, pero ella tampoco se quedaba atrás.
Regresé a la mesa con Bryan mientras Tiros bailaba con ella. Un viejito muy borracho se nos acercó. Nos dijo que pusiéramos mucha atención porque nos diría la enseñanza de nuestras vidas. Hizo una pausa como para tragarse posibles gallos, alzó el dedo índice y dijo “cada culo, cuesta billete” y huyó sin decir más.
Se nos acabó el dinero, se nos acabaron las chelas y a las 5 de la mañana tomamos un camión de regreso a la vida normal hacia la tierra de los vivos.