Eric Angeles Juárez

Inspirada en una anécdota de Coco Fusco

El maquillaje desaparecía bajo el algodón. Coco miró a sus amigas a través del espejo. Verdaderas amigas, pensó. Ni siquiera sabía si ella se sacrificaría del mismo modo por ellas. Lily y Andy vestían pants cómodos y tenis, recién salían de darse un baño y se notaban frescas, aunque su nerviosismo no podía ocultarse. Coco tenía puesto un vestido de cóctel, probablemente su segundo favorito, ese que le regaló alguno de sus exnovios. Seguía maquillada, como si en cualquier momento fueran a llegar sus galanes para llevarlas de antro. Lo triste, o no tan triste, era que todas ellas gozaban de su soltería. Coco sonrió. Podrían considerar esto una cita.

En cualquier momento llegarían. Las chicas terminaron de desmaquillarse y Coco las obligó a ir a la sala a ver una peli, para alejar sus pensamientos del reloj. En realidad no sabían a qué hora comenzaría todo, la instrucción dictaba “en algún momento de la noche”, pero no dejaban de revisar minuto a minuto la hora en su celular.

Coco nunca se había sentido tan incómoda usando vestido, sobre todo al ver a Lily y a Andy, como si se tratara de una pijamada en su casa a la que no fue invitada. Pero no se cambiaría, se prometió que no haría preparativo alguno y viviría su viernes como cualquier otro.

Al fin las chicas se perdieron en la magia de The Nightmare Before Christmas, viendo a Jack Skelleton cantar una y otra vez una mezcla de cosas diabólicas y festivas. Un golpe se escuchó en la puerta de abajo. El corazón de Coco se contrajo. El momento había llegado.

Las sombras rodearon a las mujeres, sombras altas hechas de tela negra que en dos movimientos consiguieron inmovilizarlas. Coco sintió una aguja en su piel. Eso no estaba en el trato. Sintió pánico. Su cuerpo se retorció para librarse de esos brazos sobre el cuerpo. Lo último que escuchó fue una estrofa de la canción de Sally saliendo del televisor.

Sus ojos se abrieron y sólo encontraron oscuridad. La cinta sobre su boca no la dejaba respirar. Pánico. No podía mover las manos ni las piernas. Y de pronto recordó que podía respirar por la nariz, ahora parecía obvio, pero el aire entraba incómodo, viciado por la bolsa sobre su cabeza. Una bolsa de tela negra hecha especialmente para la cabeza.

Escuchó gemidos y ruido de carretera. Sus amigas comenzaban a despertar. ¿Cuánto tiempo habían dormido? ¿A dónde las llevaban? Tantas preguntas se le ocurrían ahora, preguntas que jamás consideró importantes. Y ahora el vestido de coctél se sentía parte de la prisión.

Ninguna voz, ningún sonido además de los gemidos femeninos y repiqueteo del metal del suelo contra los cuerpos. De pronto la camioneta se detuvo. Las puertas se abrieron y las manos se apoderaron de sus cuerpos. Sólo eran mercancía, no mujeres hermosas e indefensas, ni siquiera animales de granja. Tocaban sus senos y sus nalgas sin más interés que el que podría tener el cargador de una mudanza.

Coco sintió el calor del sol sobre su cuerpo, ¿o sería fuego? Intentó no imaginarlo. Luego la humedad de un lugar donde el eco rebotaba con cada pisada. La sentaron en una silla de metal y pronto sus amarres fueron parte de su estructura fría y solitaria de cuatro patas. La bolsa abandonó su cabeza y fue sustituida por un resplandor que la dejó casi ciega. Poco a poco distinguió el techo muy alto de lámina y la luz que se filtraba por los ventanales a más de 3 metros de altura.

Ahí estaban sus captores. Altos, forrados de tela negra, con sólo los ojos al descubierto. ¿Serían exmilitares? ¿Tendrían familia, esposa, hijos? ¿Harían esto por gusto?

Sus amigas desfallecientes, con los ojos llenos de angustia y de lágrimas, probablemente arrepentidas de apoyarla. La tortura ni siquiera había empezado.

Sus ojos apenas se acostumbraban a la luz cuando un puñetazo la arrojó al suelo con todo y silla. El dolor, el olor a sangre, la hicieron sonreír. Eso era justo lo que quería. El dolor, ese dolor  incomparable. Pero luego vio a Lily en el suelo, llorando y con la mejilla raspada. Sus rostros coincidieron en la horizontalidad del suelo. Sólo pudo ver cómo una de las sombras la tomaba de las piernas y la arrastraba lejos de ella, dejando un delgado hilillo de sangre en el suelo.

Se retorció en el suelo para buscar a Andy con la mirada, pero la silla a la que estaba atada no la dejó. Sólo escuchó sus gemidos que se alejaban a su espalda. Todo había sido una pésima idea.

Coco recibió varias patadas en el estómago mientras seguía en el suelo. Luego la dejaron ahí, tirada, sintiendo el frío del cemento en su mejilla. Tenía hambre y ya no soportaba el vestido que daba paso al frío entre sus piernas. Pero ningún dolor era comparado con el que sentía al pensar en sus amigas. Escuchó gritos y gemidos que nunca hubiera relacionado con Andy ni con Lily, pero sabía que eran ellas.

Se quedó dormida o se desmayó. Fue un sueño intranquilo, instantáneo, una parte de ella se quedó en las sombras esa noche.

 

Agua helada sobre su cabeza. ¿En realidad habían traído hielo a ese lugar sólo para despertarla? ¿O a caso sus captores se preparaban whisky en las rocas en su tiempo libre? Tembló como pez en el suelo. Apenas sentía las piernas. Todo estaba oscuro y los gritos habían cesado. Una de las sombras la levantó con todo y silla y habló.

-¿Dónde están las demás?

-¿Dónde qué…?

El guante negro impactó contra su cara. Todo dio vueltas. ¿De quienes hablaba? ¿Qué esperaba que dijera?

-¿Dónde están las demás? -dijo de nuevo la sombra bajo el pasamontañas.

-No sé de quienes hablas,pero… -y esta vez su estómago recibió la suela de la bota que la hizo caer de espaldas. Los tubos de metal de la silla la lastimaron al caer.

La sombra sacó de su bolsa una hoja reluciente. ¿Acaso la luz de luna se reflejaba en el filo de la navaja?

Se agachó y acercó la punta del arma a los labios de Coco.

-¿Dónde están las demás?

-Andy y Lily… – la hoja se movió unos centímetros sobre su piel – los otros se la llevaron.

La navaja disminuyó la presión sobre su piel. La sombra desapareció en la oscuridad. Unos pasos se escucharon a lo lejos. También un tintineo de cerámica o vidrio. Esta vez adivinó: un plato con algo parecido a caldo de pollo y un vaso de agua. Aquella sombra sí tenía rostro.

Dejó la bandeja de comida en el suelo y la ayudó a levantarse sobre la silla. Era una mujer, joven, muy alta y guapa hasta cierto punto. Su misión: llevar la comida a la boca de Coco.

-Diles lo que quieren, no los hagas enojar.

Coco estaba muy hambrienta como para hacer la plática. Se limitaba a recibir el caldo casi frío en su boca. Probablemente sería su única comida en días.

-Te van a cortar. Desfrigurar tu cara bonita. Ni te cuento lo que le han hecho a tus amigas.

Estaba jugando con ella, todo era parte de la tortura. No caería ante esas provocaciones.

-Una los amenazó con su abogado. Aquí no hay abogados. Tú firmaste. Todo está en ti.

De pronto perdió el apetito. La chica vertió el agua en su boca. Primero con delicadeza, luego empinó el vaso más y más.

-Tienes que ser fuerte o te vas a morir aquí. ¿Es esto lo que querías? Lo vas a tener.

El agua terminó empapándola. Casi se ahoga en ella. Aún tenía mucha sed.

La chica recogió la bandeja, dio media vuelta y se perdió en la oscuridad. Esa noche dormiría sentada.

La punta de un pene acariciando sus labios. Luego una bofetada de carne sexual. La luz del sol la cegó. Su mirada nublada apenas pudo distinguirlo. Y sintió miedo, más miedo que cualquiera que pudo imaginar. Era un pene erecto sobre su rostro. Estaba a punto de ser violada.

La mujer de la noche anterior blandió el arma sobre su rostro. Tenía atado aquel enorme dildo a la cadera.

-Veamos si esto te gusta…

Los gritos de sus amigas comenzaron a rebotar en las paredes. Todo había comenzado de nuevo para ellas.

Dos sombras enmascaradas se acercaron a ella. La desataron y por un momento se sintió libre. Libre de empujarlos y salir huyendo, pero sus piernas no respondieron. Entró en pánico una vez más. Las sombras le arrancaron el vestido del cuerpo, pero dejaron su ropa interior intacta. La sentaron de nuevo en la silla, esta vez inversa con el respaldo a la altura de sus senos y sus nalgas a la orilla del asiento. Ataron sus manos y sus piernas a los tubos de la silla. Intentó sacudirse, pero tenía tan poca fuerza que ni siquiera pudo tirar la silla esta vez.

Estaba expuesta. El frío del metal en sus piernas, los senos en contacto con el respaldo y los pezones duros de frío, una corriente de aire acariciando sus nalgas…

Una delicada mano apartó un poco el hilillo de su tanga. La punta comenzó a acariciar sus labios vaginales. El dildo coqueteó unos segundos con su ano, pero regresó a su sexo que comenzaba a humedecerse.

¿A caso estaba excitada? ¿Todo esto la ponía de humor para tener sexo? Coco se preguntó todo esto hasta sentir el miembro entrar, lentamente, abriéndose paso por su cuerpo hasta el fondo.

Claro que sintió dolor. Apenas estaba lubricando y una segunda embestida llegó y le sacó un grito. Luego otra y otra más. Y el dolor se convirtió lentamente en placer. Pero ella siguió gritando, confundiendo la excitación con el dolor demostrando a sus amigas que ella también estaba sufriendo.

La chica no dijo nada, sólo continúo su trabajo de cadera, mecánico y practicado, violando a Coco, doblegando su voluntad con placer forzoso.

Las paredes anales cedieron ante el dilatador. Más dolor, más placer, más trabajo mecánico. Los dos orificios en una lucha constante de fluidos, fricción microscópica y relajación involuntaria. Coco gritó fuerte, incluso más fuerte de lo que gritaría para salvar su vida.

La chica se desató el dildo y huyó. Coco quedó atrapada en medio del orgasmo, con un dilatador en el ano y un dildo que resbalaba poco a poco fuera de su sexo.

La noche llegó con el frío y el hambre maniaca. Dos sombras se acercaron a desatarla. Apartaron la silla y dejaron su cuerpo semidesnudo en el suelo. No podía moverse. Los brazos y las piernas entumidas, el frío en el cuerpo y el dolor la tenían paralizada.

Desde cada uno de sus costados, un bulto de carne fue transportado y depositado a su lado. Lily y Andy apenas respiraban. Tenían moretones y sangre en diferentes partes del cuerpo.

Las luces se prendieron. 9 sombras aparecieron ante ellos. La primera se quitó el pasamontañas. Era ella, la cuidadora y violadora, la mujer que combinó el placer y el odio en su cabeza. Otras dos pasamontañas cayeron al suelo. Coco vio en sus amigas el mismo sentimiento que ella experimentó: eran sus verdugos. Dos chicas hermosas como verdugos.

Coco reconoció de pronto el cuerpo de mujer debajo de cada uno de los trajes. Cuerpos esbeltos, altos, con senos diminutos.

-Felicidades – dijo la primera – ustedes tres se han graduado – y arrojó unos folders con diplomas al suelo. -Hemos recibido el deposito y le enviaremos su factura por correo electrónico.

 

La exposición fue un éxito. Instalaciones sobre tortura, videoarte de violaciones explícitas, fotografías de campos militares y de diversas organizaciones de inteligencia. La inversión en el curso había valido la pena. Coco vio la lista de asistentes ese mes, era mayor a cualquier otra. Lily tocó la puerta de su cubículo.

-Ya sé lo que me dirás. Otra vez a reclamarme todo de nuevo, ¿verdad?

-No, para nada, Coco, sólo vine a felicitarte y, bueno, se me ocurrió una idea extraña.

-¿Qué clase de idea?

-No sé… La primera vez que me contaste sobre esta gente, la que te muestra todo esto del secuestro… Me pareció una locura, digo, ¿cuánto pagaste por eso?

-Mmm cerca de 25 mil pesos…

-Para que nos golpearan, nos desnudaran y todo lo que…

-Para entender verdaderamente lo que es el secuestro. Tenía que vivirlo, esta exposición tiene éxito gracias a lo que vivimos.

-No te estoy reclamando, esta vez no. Me refería a que la primera vez me pareció una locura y ahora me parece… No sé, algo excitante, como lanzarte de un paracaídas o algo así. ¿Sabes? No he vuelto a tener un orgasmo como el de ese día, fue… diferente…

 

Eric Angeles

Editor y fundador de revista Iboga, literato de formación, mercadólogo digital de profesión y diseñador web cuando hay necesidad.

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