Por Raúl González Durán
¿Te aburre el teatro? Te vas a sacar de pedo. ¿Te asustan los penes? No la veas. ¿Te quiebra no entender? Mejor ve a casa y busca tu diario o ve una película que ya viste antes. ¿Te gusta Timbiriche? Eso no importa realmente. Lo que sí importa, es aclarar que esta reseña, es escrita por alguien a quien le gustó mucho La Danza de la realidad.
Una vez, cuando era niño, descubrí lo que era la cafeína por las noches. Tenía una tele por esos días, y por una fortuna mi vecindario estaba en la punta de un cerro y la señal del Canal Once se veía re bien. Eran los días de las antenas de ganchos y las señales malas y un canal que se veía clarito, era cosa grande. Pues bien, mi canal once querido se veía muy bien, y yo niño, con una tele y cafeína en mis venas, traspasaba gustoso esa línea-frontera intangible que se llamaba la media noche, y entraba al inquietante mundo de la programación para adultos; ese terreno donde las cosas eran extrañas, las películas tenían subtítulos amarillos, y la gente decía y hacia cosas raras, sin contar que salían tetas y culos y penes y todo lo demás.
Mi infancia se vio irrumpida de pronto por Los libros de próspero, por Rojo amanecer, por La Tarea, y El topo, por decir sólo algunos títulos de películas que más tarde reencontraría superada mi etapa de experimentar lo que era tener una novia. Cuando vi el Topo por primera vez, frente a la tele sentado y solo en mi cuarto, sabía que estaba asistiendo a algo bien cabrón de lo cual no entendía ni madres, y que tenía una oscura revelación en la pantalla luminosa: un mundo lleno de imágenes poderosas y prohibidas para mis ojos de morrillo, deliciosamente ininteligibles para mi cerebro que las devoraba como azúcar y pan.
Hace unos días, sentado en la cineteca, me sentí de nuevo como ese niño embriagado de no saber si entendía, incómodo pero alerta, inmóvil pero hirviendo, viendo la Danza de la Realidad. Las películas de Jodorowsky son material para especular y especular y especular como Jaime Mausán armado con una cámara de video. Cualquier escena está cargada, llena de cosas y recovecos que podrían ser un simbolismo profundo de las pelotas de Jesucristo, o de la vida y la muerte, o la reencarnación, o el vacío del consumismo, o todo lo que quieras chaquetear hábilmente en tu cabeza imaginando conexiones que probablemente no existen fuera de tu encéfalo, o quizá sí. Pero esta vez, antes de tratar de pescar todas las posibles combinaciones en la pantalla, traté de acercarme como niño nuevamente, sin aparatos críticos ni estructuras, sin la necedad de querer ser inteligente a toda costa, y terminar con toda costra. Vi esta película como creo que ven los niños: de madrazo y como es.
Algo creo haber entendido del Jodo y sus películas, de la psicomagia, del cabaret místico: la delgada línea que divide a la metáfora de la literalidad, es una frontera en la que habita la esencia de la magia. Me parece que la obra entera de este director reside en el esfuerzo de borrar esa frontera en la vida real para hacer de la existencia un acto poético, con sus bellas posibilidades. Desde lo profundo del comportamiento humano, emergen los rituales en forma de metáforas hechas acción, emergen con la fuerza fecunda y profunda de la simulación, del rito, de la magia como palabra que hace que las cosas cambien, del pan como cuerpo de cristo, la palabra poderosa y de aire, el verbo antes de las cosas, que se vuelve acción poética y evento liberador.
La madre de Jodorowsky canta todo el tiempo, y yo siento de pronto que no hay nada que entender. Pienso en mi madre, pienso en cuánto la amo, y entiendo entonces que mi madre también canta todo el tiempo en mis memorias. Me cuadra todo de pronto. Jodorowsky está haciendo una especie de réquiem con sus memorias y algo me dice que ese hombre está saludándose con la muerte, charlando con ella y haciendo las pases. Y entonces, otra deliciosa e inevitable especulación surge de las imágenes. Con tanto aforismo por todas partes ¿Cómo le haces para solucionar el formato de una película, en la que te vas a despedir de la vida? ¡Pues cuéntales tu vida misma! Es más fácil entender a un hombre enterándose de su historia de vida, que escuchándolo dar todas las explicaciones de sus razones cabales, o algo así. No digo ahora que así es el pedo, que yo la traigo y que ya me la sé, pero eso sentí, y quiero creer que hay que hacerle caso a lo que uno siente. Y debo decir también, que sentí cómo me balanceaba todo el tiempo entre el gozo y el dolo, entre lo alegre y lo triste, danzando con el ritmo de la película, danzando con la vida misma, en su alegre dicotomía, que encierra del cero al uno tantas cifras como uno necesite. El bien y el mal no alcanza bien para describir lo que un mismo suceso puede significar para varios seres; un hombre muere y para unos es velorio, y para otros es negocio, y así, oscilando todo el tiempo, danzamos cadenciosamente en la realidad, danzamos, hasta que nuestra última pareja sea la muerte.