“No basta decir solamente la verdad, mas conviene mostrar la causa de la falsedad”
Aristóteles (384 AC-322 AC).
Actualmente, el prestigio de la ciencia como garantía de la verdad en lo que se dice es muy grande. Los publicistas lo reconocen y explotan con frecuencia, señalando que las bondades del producto fulano han sido “científicamente comprobadas” o que la superioridad del producto sutano está “demostrada científicamente”.
A tales proposiciones, el carácter científico les confiere una doble virtud: no sólo son verdaderas sino que además lo son de manera permanente e irrefutable. Y así pensaríamos, que la ciencia no admite titubeos o incertidumbres: lo que ya ha sido demostrado científicamente como verdadero es clara y completamente cierto, mientras que lo que aún no ha recibido tal carácter permanece en la profunda oscuridad de lo desconocido. Por lo tanto, puede decirse que, en la opinión del público en general, las verdades científicas son ciertas, permanentes y completas. Sin embargo, en los medios formados por profesionales de la ciencia estamos seguros que la verdad científica es solamente probable, transitoria e incompleta. Mi objetivo en este artículo es examinar las causas de estas diferencias conceptuales y una posible aclaración del asunto.
Si parto de la premisa sobre la dualidad epistemológica-ontológica que separa la verdad como dos problemas diferentes:
1. Si hay algo de verdad y
2. Si somos capaces de conocerlo.
Pienso que el primer problema es metafísico y científico: pues yo creo que las leyes científicas están en nuestras cabezas y no en la naturaleza. Sobre la segunda cuestión, epistemológica, estoy más bien de acuerdo con la idea de que la ciencia proporciona un “grado de certeza” en sus afirmaciones, y a pesar de que nunca podrá tener la certeza absoluta, la gran fortaleza del pensamiento científico es que puede cuantificar esta incertidumbre, a través del uso de matemáticas y estadística. Y estoy de acuerdo con el hecho de que las afirmaciones científicas consideradas “ciertas” (es decir, fiables, por ejemplo, al 99%) puedan ponerse en duda cuando se estudian más a profundidad algunos fenómenos desde nuevas perspectivas conforme pasa el tiempo, cuando se desarrollan nuevas técnicas o con un cambio de la sociedad.
De esta manera, como parte del gremio científico, prefiero no considerar la “certeza científica” como una verdad, sino como una afirmación que ha sido resultado de un procedimiento metodológico que se ha validado con un cierto grado de confianza. Y de hecho pienso que la los resultados científicos se expresan siempre mejor como “Modelos” que como “hechos”: un modelo puede ser más o menos útil para describir de una parte de la realidad. Puede convertirse en inservible, pero quizá después de algunos años pueda ser reutilizado ya en un contexto completamente diferente.
Por ejemplo, que la Tierra no es plana sino esférica es un “hecho”, sin embargo, el modelo de “Tierra plana” sigue siendo válido y útil para la navegación terrestre; pero si tuviéramos que volar desde México a Francia, entonces se debería considerar un modelo más avanzado, el cual nos permita tomar el camino más corto, que no es ir “directo” más o menos hacia el este a lo que parece indicar un mapa plano del mundo. De esta manera, el modelo de la Tierra esférica propone más certeza y veracidad si se pretende realizar un viaje aéreo más corto.
También creo que llamar a algo una “verdad científica” es un arma de doble filo porque, por un lado, conlleva implicaciones epistemológicas como la credibilidad y la garantía de calidad de que la verdad ha llegado de una forma comprensible y verificable como lo he mencionado; pero por otro lado, parece sugerir que la ciencia proporciona una de las muchas posibles opciones de verdad, de las cuales, las otras tienen una menor categoría por no ser comprobables o son poco probables. En pocas palabras, si hay una “verdad científica” debe haber otras verdades.
Y es que mientras que los filósofos hablan de la coherencia o correspondencia de teorías de la verdad (deductiva o lógica e inductiva, en este caso, la verdad científica), el resto de nosotros tenemos que hacer frente a otro tipo de verdad, más inmediata, la subjetiva.
La verdad subjetiva es definida como la verdad acerca de la experiencia personal del mundo. Por ejemplo si tú, lector, me dijeras que tu color favorito es el naranja, no hay absolutamente ninguna base sobre la que pueda argumentar en contra de este hecho, ¿Por qué iba yo a querer discutir, y qué espero ganar? Lo que experimentas es verdad para ti y fin de la historia. Cómo te sientes cuando ves una caricatura, qué sabor de helado te gusta, lo que sientes al es estar con tu familia: todas estas son tus experiencias y sólo tuyas.
Con el razonamiento anterior me doy cuenta que las verdades subjetivas y las verdades científicas son diferentes, y aunque a veces van muy bien juntas, no siempre son fructíferas. Por ejemplo, durante la Historia del pensamiento científico la validez de las experiencias subjetivas se extendió erróneamente sobre hechos sobre el mundo a través de los argumentos “es verdad para mí” y que ha sido una larga y lucha por la ciencia para levantarse y establecerse, separando la experiencia subjetiva de la metodología inductiva.
Actualmente yo como científico y como profesor podría hablar ante mis alumnos de las cosas que son “verdaderas”, pero, aparte de declaraciones simples de observación sobre el mundo, yo prefiero usar el término “Verdad” como una forma de expresión sólo para indicar mi alto nivel de confianza sobre lo que conozco.
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