Pepito Zapata
Estaba acostado panza arriba con la cabeza mirando hacia su derecha. Despertó por un dolor en el cuello. Quiso tronárselo y levantó la cabeza −sin despegar el pecho del colchón− para empujar su cuello a la izquierda con su diestra. Pero antes de hacerlo, sintió un malestar y pensó: “Si lo hago de manera equivocada, probablemente me rompa el cuello y muera en ese instante. Seguro que los Beltrán, esas amables personas que me rentan este cuarto, notarán mi ausencia en unos cuantos días, así que abrirán mi cuarto y al entrar se encontrarán con mi cuerpo. Notificarán a mis padres y habrá mucho llanto y dolor. Mejor me incorporo para no lastimarme”. Y así lo hizo. Pero el cuello se rompió en un instante. Los Beltrán encontraron su cuerpo hasta el día de cobrar la renta. Sus padres se enteraron por las noticias que un joven con su mismo nombre y en la misma ciudad había muerto en su cama por tronarse mal el cuello.
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