Nestor Peña
Esta es la primera vez que no recuerdo con claridad sus suaves y húmedos labios, ni sus ojos felinos siempre a la caza. Siendo como he sido, serio y un poco difícil de tratar, se me complica entablar una charla amena y no se diga una amistad.
He de confesar que me gusta el ajedrez, pero como en otras muchas cosas en mi vida no soy talentoso, por eso lo abandoné, sin embargo, pasaba mis horas libres jugando, perdiendo y ganando en el club de ajedrez de la preparatoria.
Mi fascinación a ese deporte se debe a la sutil violencia ejercida en la partida, matar y destazar de manera indiferente a niños, animales, mujeres y hombres. ¡No!, miento, lo que más me apasiona son sus máximas, en particular una de ellas “pieza tocada, pieza jugada” completamente aplicable a la vida
“Pieza tocada, pieza jugada, decisión tomada, consecuencia tomada”
Bajo esta regla me he conducido por más de veinte años y la primera vez que la apliqué fue con Siena, una adolescente de segundo semestre al igual que yo. Sus largos y ondulados cabellos caían sobre sus hombros blancos, sus piernas largas indicaban el ejercicio que hacía, su cuerpo no parecía de una menor de edad, tomó asiento y con un movimiento retó al chico que esperaba jugar con alguien, en sus ojos veía una seguridad y decisión brutal, tan brutal como su juego, en menos de dos minutos acabo con su rival.
Uno tras otro derrumbaba oponentes, su juego hábil y feroz me impactó, por fin llegó mi turno, nervioso acepté el desafío que sabia perdido, cual caballero deje que empezara la partida, peón, peón, caballo, peón, alfil y durante unos instantes me deje llevar ante el movimiento de sus dedos finos y casi transparentes, hasta que un Deus ex machina me despertó del sueño, -jaque- gritaron los observadores. Para mi sorpresa fui yo el causante del movimiento, por primera vez en la tarde Siena había sido puesta en esa posición, bastaron tres movimientos para que la situación fuera al revés. El juego no se prolongó mucho más, mi rey fue rodeado poco a poco por su reina y torre y así de la nada, dije.
-Qué envidia me da no ser el chico por el cual te arreglas así- la frase me salió naturalmente, ahora siento que aquella frase pudo decirla Kary Grant en cualquiera de sus películas de conquistador infalible, a ella le provocó una pequeña risa, sus labios se abrieron y dijo.
-Jajajaja, no tengo novio, ni quiero tener, no tengo tiempo para eso, mejor salgamos de aquí- mientras decía eso recostó a su rey y prosiguió- digamos, por esta vez que fue empate.
Al salir del club pude observar en los derrotados una mezcla de envidia y coraje, sin duda alguna era una mujer poco común para ese lúgubre ambiente, donde solamente se paraban nerds y marxistas que no habían leído a Marx. Para ese lugar Siena resultaba ser un rescate de la mediocre y vida sin sentido que llevaba.
-Bueno y ¿cómo te llamas?
– Siena
-¿Siena?, que buen nombre, y ¿tus apellidos?
– Pasos Portilla, Siena Pasos Portilla y ¿tu?
-Tengo un nombre muy raro, pero mis amigos me dicen Sung. De la nada tomó mi mano y en un acto que describiría de milagroso, comenzamos a correr por los largos pasillos de la escuela, cruzamos maestros viejos, maestras amargadas, alumnos deseosos de sexo, alumnas deseosas de amor y fósiles deseosos de poder desear. Por fin llegamos a las canchas de futbol, bueno, más bien, a un terreno polvoso que hacía de cancha de futbol, donde varios chicos jugaban, otros tantos se besaban y al final de aquel espectáculo lleno de hormonas me esperaba la sorpresa más grande de mi vida.
El revolcadero, para el alumnado pequeño Edén de nuevos conocimientos. Su ubicación era precisa para aquellos fines carnales, para ser sincero nunca pensé estar en ese lugar, y mucho menos con alguien como Siena.
-¿Esta no es tu primera vez aquí verdad? –pregunté un poco tímido.
-La verdad… sí.
-En serio- me quede atónito y casi atómico.
-Hace un momento me pusiste en zugzwang- continuó- o por lo menos eso siento. No lo podía creer, zugzwang en el ajedrez indica la toma de conciencia de la derrota, de saberse destruido y acabado ante el rival sin importar los próximos movimientos.
-Qué extraño, cuando te vi entrar al club mi rey se rindió.
-Jajaja, en serio, siempre me he sentido una mujer fachosa.
-No subestimes el poder de una mujer fachosa, o como me gusta decir, de una mujer de belleza natural.
-No me equivoqué- finalizó.
Al comenzar la nueva partida esta vez realicé el primer movimiento, el cual tuvo respuesta inmediata, sin más ni más nuestros peones se enfrascaron en una guerra hasta quedar sin infantería. Sus torres firmes cual concreto fueron tomadas por mis hábiles caballos, en solamente un movimiento abrí a sus alfiles justo lo necesario para que mi ejercito entrara a su reino inhóspito, extrañamente conquistado por mí, su reina y rey cedieron ante mi ejercito que tocó, subió, bajo, entró y comió a su antojo, en fin, sellaron la victoria, lo cual me puso en mate.
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