Eduardo Matías Cruz
Informante: Claudia Avelar
En el barrio de San Sebastián, en Chimalistac, cerca de Carso, en tiempos de la colonia, había un ladrón que llegó a cometer el crimen tan aberrante de robar cosas de las iglesias. Una noche se le ocurrió meterse a robar cosas en la iglesia de San Sebastián, se robó las limosnas y todo lo de oro que se encontró, por último –y aunque no era necesario–, se le ocurrió robar las flechas de oro que tenía clavadas el santo, así que se trepó al altar y agarró las flechas con la mano, pero cuando quiso sacar las flechas vio que no había manera de desprenderla. Se espantó todavía más cuando notó que no solamente no podía desprender la flecha sino que no podía despegar la mano de ella.
Llegó la mañana y él estaba pegado al santo. Cuando llegaron las personas a la iglesia vieron que el ladrón estaba adherido al altar, lo agarraron con las manos en la masa. Todo mundo lo jaló, llamaron a los hombres más fuertes para que lo jalaran a ver si lo podían despegar de las flechas; le echaron agua, intentaron muchos remedios y se dieron cuenta que era imposible, tenía la mano completamente pegada a la flecha del santo. Así que a uno de ellos se le ocurrió la solución “más fácil”: cortar la mano del ladrón. Fueron por el carnicero y éste le cortó la mano a pesar de que el ladrón suplicaba y rogaba por su mano. En cuanto le cortaron la mano al ladrón, aquella se desprendió de la flecha.
A la mañana siguiente para que a nadie se le volviera a ocurrir semejante cosa, colgaron un cartel en la puerta de la iglesia que decía: “Para ejemplo de ladrones que lo sagrado profanen, pues lo mismo ha de pasarle a otras manos que tal hagan” y pegaron la mano en el tablón con la advertencia. Esa misma noche, espantados por el crimen, todos los espectros de la ciudad de México salieron a dar una ronda, se llegó a ver a la mujer con patas de cabra, al jinete sin cabeza, al charro negro, de hecho se escuchó un griterío de terror toda la noche. Al día siguiente, cuando los vecinos amanecieron se dieron cuenta que la mano había desaparecido, nadie sabía qué había sido de ella hasta que tiempo después volvió a verse la mano sola que después se fue a reunir con otras de su misma especie, porque resulta que cuando una mano ha sido arrancada de su dueño en una situación peliaguda, como esta, queda vagando para siempre y espantando a la gente en la noche. Así fue como desapareció la mano del ladrón del tablón que habían pegado afuera de la iglesia de San Sebastián.