Eric Ángeles
Si nos ponemos a pensar muy sesudamente sobre el origen de los monstruos, sería difícil saber por dónde empezar. Cuando alguien escucha la palabra monstruo, diferentes cosas pueden venir a su mente: Pie grande, Sulley de Monsters Inc., un vampiro, un dinosaurio, un deforme y hasta un asesino serial. En un afán clasificatorio podemos ver los móviles que tiene cada uno de estos seres para causar terror, al que están asociados directamente.
En definitiva nuestros miedos más primitivos están íntimamente relacionados con la supervivencia. No ser alimento de una criatura seguro era prioridad de nuestros antepasados, aunque actualmente las personas estén más preocupadas por fantasmas o cosas similares. Los monstruos pertenecían a la naturaleza, a lo salvaje, a lo antiguo y previo a lo humano. En oriente muchos dioses y seres místicos son monstruos, lo mismo que en el mundo prehispánico. Esta monstruosidad generalmente representa poder físico, grandeza y una constante relación con el mundo y lo natural. También emparenta con lo desconocido, ejemplo de ello son los monstruos marinos o los creados por los expedicionistas cuando incursionaban territorios no explorados.
En esta rama también tenemos criaturas relacionadas con el folklore, que tienen cierta consciencia humana (o más allá de la humana), pero que son parte de la naturaleza, como los duendes, los trolls, los ahuizotes, las hadas, los faunos, etc., en cuyas características esenciales no se encuentra el mal.
Pero está muy de moda lo sobrenatural, que tiene que ver con un terror diferente. Seres inmortales, muertos que reviven o se manifiestan, succionadores de vida, maldiciones, posesiones, etc., la mayoría tienen más o menos el mismo comienzo. Desde la edad media, el imaginario humano (y la extraña moral religiosa) se preocupó mucho por establecer los límites entre el bien y el mal. A los monstruos les tocó la peor parte, a pesar de que no podríamos etiquetar de malvada a una bestia que nos ataca por instinto. Y claro, la máxima representación del mal en el mundo occidental, el Diablo, tiene relación frecuente con todos estos hechos.
De hecho, si echamos un ojo a los testimonios medievales de hechos sobrenaturales, las criaturas se parecen mucho entre sí. Desde brujas–zombis–vampiro y demonios–hombres lobo–brujos hasta espíritus relacionados directamente con el Diablo o la brujería. Todo este mundo paranormal fue especializándose con los años y su contraparte se convirtió en la criptozoología (estudio de animales extraños y poco comunes).
Aún así, vemos películas como Tiburón, Anaconda, Aracnofobia o incluso Jurassic Park, que mantienen parte de este miedo al mundo real, a los animales (que en estos casos particulares son muy grandes y peligrosos) y a la naturaleza. El dominio humano sobre la naturaleza y la confianza que tienen las personas en la tecnología y en las armas, han disminuido el temor por estas criaturas mortales, instintivas y primigenias.
En este momento entran los asesinos seriales, que técnicamente son parte de la naturaleza, pero obedecen a esta idea moral-religiosa del mal. El miedo a otro humano puede ser más fuerte al que provoca una bestia, claro que en las pelis de terror siempre vienen acompañados de una arma peculiar, una increíble fuerza o, muy frecuentemente y afirmando la hipótesis, de un poder sobrenatural.
¿Y los aliens? Supongo que depende de si tienen consciencia o no, porque una de las características del ramo sobrenatural y el mal (que no puede ejercerse inconscientemente) es la misma consciencia.
Así que cada vez que vean una peli de terror o lean un libro de miedo, cuestionen el móvil del monstruo y entenderán inútilmente, pero de manera muy interesante, si su terror es real e instintivo o sobrenatural y psicológico.