Por Bernardo Marcellin
Isaac Asimov fue un hombre que se desarrolló en múltiples ámbitos del saber. Escribió varios libros sobre temas históricos, pero es principalmente conocido por sus obras de divulgación científica. Como un apéndice a esto, hay que considerar sus narraciones de ciencia ficción, que parten de una sólida base teórica, pero que se caracterizan asimismo por la imaginación y el sentido del humor.
Quizá su obra más leída en este género sea Yo, Robot, que se encuentra a medio camino entre la novela y la colección de cuentos. Se trata de una serie de anécdotas independientes que conforman los recuerdas de Susan Calvin, una robotpsicóloga que trabajó durante años con las máquinas.
En el inicio del libro, como una especie de prólogo, se presentan las tres leyes de la robótica:
1.Un robot no puede dañar a los seres humanos.
2.Un robot debe obedecer a los seres humanos, excepto si entra en conflicto con la primera ley.
3.El robot debe proteger su propia existencia, sin entrar en conflicto con las dos primeras leyes.
Estas tres leyes conforman un elemento esencial dentro de las narraciones y fallas en su programación van a explicar la mayoría de los conflictos que el lector va a presenciar.
La mayoría de las historias transcurren en el espacio exterior, donde los robots son compañeros de astronautas que cumplen diversas misiones científicas. En los primeros años se permitía su estancia en la Tierra, como en la historia de Robbie, que sirve de niñera a Gloria, una pequeña que rehúsa ser separada del robot. Pero más adelante, su presencia fue prohibida en los planetas poblados por seres humanos, lo que explica que se les verá casi exclusivamente en viajes espaciales.
La función de los robotpsicólogos es la de corregir los problemas de funcionamiento de los robots cuando éstos tienen mal programada alguna de las tres leyes o cuando llegan a creerse superiores a los seres humanos. En realidad, en muchas ocasiones, de lo que se trata es de engañarlos para que sigan cumpliendo con sus funciones, sin importar si se han ensoberbecido o no.
Asimov nos lleva así a través del hiperespacio o del espacio curvo, en viajes en los que la asistencia de las máquinas resulta indispensable. Asimismo, puesto que la acción de la novela abarca buena parte del siglo XXI –lo que para el autor representaba un futuro relativamente distante– vemos cómo los robots van evolucionando a lo largo de las décadas y cómo se van perfeccionando. Desde Speedy, que no puede resolver el conflicto que le plantea la tercera ley reforzada y que lo induce a correr sin fin en torno a un pozo en vez de cumplir con su misión, hasta el Cerebro, que descubre cómo pueden los seres humanos transitar a través del punto de salto estelar sin morir en el intento, o las Cuatro Máquinas que rigen la economía mundial de forma óptima, para evitar crisis y guerras.
No siempre salen bien las cosas al aplicar las tres leyes fundamentales, como ocurre con Herbie, un robot capaz de leer el pensamiento. Siguiendo la primera ley que le impide lastimar a los seres humanos, empieza a inventar historias para que las personas se sientan bien y termina ocasionando grandes líos con sus mentiras piadosas, en especial porque una de las más crédulas resultó ser la propia Susan Calvin.
Al final, los robots alcanzan tan alto grado de perfeccionamiento que hay momentos en que ya no es posible distinguirlos de los seres humanos. Tal es el caso de Stephen Byerley, por ejemplo, quien resulta el candidato ganador en unas elecciones, pese a que sus enemigos insistían en que no era una persona, un enigma que jamás pudo ser resuelto, por cierto.
Al término del libro, queda la duda de hasta qué punto la presencia de los robots es benéfica y deseable, ya sea en funciones de asistencia a las personas, como Robbie, ya sea apoyando a los científicos fuera de la Tierra, o bien asumiendo funciones de regulación de las actividades de la sociedad humana sin molestarse en consultar a sus amos. La obra cierra así con una nota inquietante, cuando a las personas ya sólo les queda esperar a que las Cuatro Máquinas sepan lo que están haciendo al realizar los ajustes a la economía mundial, sin que se pueda modificar su accionar.
Por supuesto, dado que Yo, robot se publicó en 1950, existen muchos elementos que parecen anticuados para el lector de hoy, en especial esa visión de los robots de aspecto humano o capaces de hablar, de una forma que recuerda a ciertos personajes de las películas de La Guerra de las Galaxias o antiguos programas de televisión como Perdidos en el Espacio. En cambio, lo que sigue siendo actual es ese interés por conocer cuál puede ser el límite de la tecnología y su impacto en la vida de las personas.
Isaac Asimov escribió otras obras de ciencia ficción, en especial la trilogía Fundación, en la que imagina lo que podría ser la colonización de la galaxia por parte de los seres humanos.