Bernardo Marcellin
Dentro la literatura erótica, el Diario de Anaís Nin (1903-1977) ocupa un lugar fundamental. Se trata de una obra de proporciones gigantescas en donde la escritora fue anotando los acontecimientos relevantes de su vida, sus relaciones íntimas y en especial, la larga búsqueda de sí misma.
El diario adquiere para su autora la personalidad de un ser humano, de un individuo entrañable y, prácticamente, del único en quien confía plenamente. Es a través de estas páginas que vamos conociendo sus verdaderos sentimientos hacia su esposo Hugh Guiler, un hombre de negocios de innegables cualidades, pero a quien su esposa consideraba débil e incapaz de satisfacerla sexualmente. Por si fuera poco, a ella le parecía que su cónyuge no es lo suficientemente rico para darle la vida que esperaba.
Por momentos, Anaís Nin se nos presenta como una mujer insaciable (en algún punto señala que en sueños quisiera ser la puta que se acuesta con todos). Y ella misma reconocía que tiranizaba a quienes amaba. Sin embargo, poco a poco nos devela el verdadero papel que la sexualidad desempeñaba en su vida: por un lado se trataba de un fin en sí mismo, pero era a la vez un medio por el que esperaba realizarse como artista. No se trataba de sólo gozar del sexo. El erotismo se encontraba en el centro de su existencia, pero iba más allá del simple placer corporal. Como ella misma lo afirmaba, quería poseer a los hombres tanto física como espiritualmente. Y es esto lo que nos permite entender mejor su deficiente intimidad con Hugh Guiler: se trataba de un hombre que carecía de dimensión artística.
La relación clave en la vida de Anaís Nin durante la década de 1930 fue el escritor Henry Miller, con quien alcanzó goces intensos. En el autor de Trópico de Cáncer encontró quién la satisficiera y con quién compartir sus inquietudes estéticas, las dos dimensiones de la existencia que, para ella, resultaban inseparables. Pero Anaís, eternamente inquieta, no le fue tampoco fiel a él, puesto que llegó a tener también relaciones sexuales con June, la mujer de Henry.
De hecho, fue mucho más allá. Cuando su padre Joaquín Nin, el pianista cubano de fama mundial, reapareció en su vida, ella restableció contacto con él de la única forma en que sabía hacerlo. Años atrás el padre había abandonado a la familia y fue para llenar el vacío que dejó en su vida que Anaís empezó a escribir el Diario. A su regreso, ambos buscaron la satisfacción erótica en el otro. Ella disculpó el incesto ante sí misma al no sentirse emotivamente ligada a él. Sabía que se trataba de su padre biológico, pero para ella era sobre todo un hombre sexualmente poderoso. Lo que terminó por distanciarlos fue el egoísmo de Joaquín y no una consideración de orden social o moral.
Nos queda pronto claro que el esposo, el padre, Henry Miller, no bastaban a Anaís Nin. Como psicoanalizarse estaba entonces de moda, acudía con dos de los hombres más prestigiosos de la época, René Allendy y Otto Rank. Con ambos tuvo relaciones sexuales, en especial con este último, a quien siguió por un tiempo de París a Nueva York. Rank comprendió el papel que desempeñaba el diario en la vida de Anaís y le pidió que lo abandonara. Por un tiempo ella le obedeció, pero pronto comprendió que no podía vivir sin el diario.
La multiplicidad de parejas sexuales no sólo se debían al placer que le procuraban, sino que respondían a las diferentes facetas de su personalidad. Lo que le proporcionaba Henry Miller complementaba lo que ella obtenía del padre, de Hugh Guiler, de Otto Rank, del artista peruano Gonzalo Moré. Anaís Nin corría riesgos, tratando de evitar que cada uno de ellos se enterara de sus otras relaciones. Se convirtió en una artista de la mentira y fue así capaz de salvarse de las consecuencias de sus errores. Un día, por ejemplo, su esposo descubrió el Diario y leyó el detalle de sus encuentros íntimos con los demás, a lo que Anaís respondió que se trataba de un escrito de fantasía. En realidad, Hugh Guiler estaba perdidamente enamorado de su mujer y estaba dispuesto a dejarse engañar con tal de conservarla consigo. Tampoco ocurrió nada cuando ella, equivocadamente, le envió una carta que estaba destinada a Henry Miller. Finalmente, decidida a llevar el engaño hasta el extremo, se puso a escribir un diario “real”, que es el que mostró a partir de entonces a su marido.
Las relaciones de Anaís Nin con los hombres desbordaban así el ámbito puramente sexual. Ella comprendía que les transmitía su fuerza vital y así como recibía de cada uno de ellos satisfacciones diversas, ella lograba brindarles energía artística, en especial a Henry Miller.
Las novelas y cuentos eróticos que escribió Anaís Nin jamás alcanzaron la calidad de su Diario. Fue realmente en sus textos íntimos que logró definir la esencia de su personalidad y de su talento artístico, como si ella misma y su vida fueran la obra de arte perfecta. Se trata de la narración de la aventura que le permitió dar vida a la escritora que llevaba en su interior. Más que su confidente, el Diario fue su obra maestra, la razón de su existencia.