Por Eduardo Matías Cruz
Los mitos acerca de la creación son tan bastos como lo son cada una de las culturas existentes a lo largo de la historia. Uno de los más fascinantes se relaciona intrínsecamente con la idea del arte como creación, que no trataré esta ocasión, sino yendo a lo específico: la creación por medio de la música o el canto en las diferentes culturas y cómo la literatura actualiza los mitos.
Con la creación del hombre, en Persia ocurre algo que en un principio es similar a lo que aprendemos a través de la tradición judeo-cristiana: Dios hace una estatua de barro a su semejanza, en ella el alma no quiere entrar por ser una prisión corpórea. Para obligar al alma a entrar al cuerpo, solicita a los ángeles que entonen una canción, con la que el alma desea experimentar la música de modo más directo, aunque el alma en sí misma es la música por la que se siente atraída.
En Nigeria, los dioses dan a conocer a los hombres la música por medio de un intermediario, éste era llamado Orgardié, que escucha los cantos de los espíritus en medio del bosque y los memoriza para transmitirlos a su pueblo.
Ahora, en cuanto a la creación del mundo por medio de la música, en Egipto hay dos historias de este tipo de creación. En la primera, es Thot, dios de la escritura, de la danza y de la música, quien creó el mundo a partir de su radiante palabra repetida siete veces; en la segunda, aparece un sol “cantante” que crea el mundo a partir de un “grito de luz”.
Una leyenda nipona, curiosamente, dice que el mundo se creó a causa de la inquietud que causó la música en la diosa que representa al sol, Amaterasu, quien todavía no vivía en la bóveda celeste sino oculta en una cueva, dejando al mundo en las tinieblas. En un principio tienen que Amaterasu tomó seis arcos, los unió y construyó un arpa con la que tocaba hermosas melodías. Un día, una ninfa la escuchó y le puso voz a cada música, lo que despertó la inquietud de la diosa, que se asomó a la entrada de la caverna, alumbrando por primera vez el mundo, dotándolo de vida y haciendo que los hombres cultivaran la música y el canto para evitar que Amaterasu se volviera a meter a la caverna.
En la literatura, los ejemplos “actuales” de la creación del mundo por medio de la música son bastos, uno de los más impresionantes proviene de Tolkien, quien en “Ainulindalë” escribe que Ilúvatar creó a los Ainur, vástagos de su pensamiento, y les dio temas que cantaron cada uno por separado, tiempo después les pidió que hicieran una armonía, una Gran Música. En la que Melkor quiso improvisar para destacar del resto de los Ainur y crear a partir de su voluntad, generando en el mundo el mal. Ilúvatar canta una tercera melodía para tratar de remediar la disonancia y mantener, al menos, un equilibrio armónico. Una vez finalizada la armonía, les muestra a los Ainur el mundo que han creado.
Otro escritor que crea un mundo a partir del canto es C. S. Lewis, quien en El sobrino del mago (el primer libro de la serie Las crónicas de Narnia) nos cuenta cómo tras viajar entre universos, Digory y Polly (junto a la bruja Jadis, el tío Andrew, un cochero y su caballo) llegan a un mundo que está siendo creado por un león, Aslan, que va cantando y moviéndose de un lado a otro. Primero crea la luz, luego la tierra y lo que en ella crece, por último dota con el habla ciertas especies ordenando que usen el don para la justicia y la alegría.
Por último y refiriéndonos a la creación humana por medio de la música, en Momo de Michael Ende tenemos a la protagonista huyendo de los hombres grises y en casa del Maestro Hora ve un péndulo que al golpear cada extremo origina el nacimiento de una flor, que conforme brota, crece y se marchita, representa la vida de cada hombre. El péndulo produce un sonido lejano, que Momo va comprendiendo a medida que recuerda el silencio bajo las estrellas, así se da cuenta que las flores son generadas por la música y que cada una de las flores-hora tenía una forma diferente porque la generaba un sonido único e irrepetible. Cuando Momo presta mayor atención, entiende que la música proviene de los metales y las estrellas para hacer brotar y dejar marchitar cada una de las flores.