Creación

15 antes de medianoche

Miguel Angel Araujo

La luna parecía inquieta entre las nubes y en los ojos de Natalia ardía la pasión. El deseo recorría su cuerpo hasta desbordar en su entrepierna. La figura de aquel cuerpo desnudo tendido sobre la tierra húmeda le había arrancado la cordura de un mordisco y devorado su calma con ansiedad. Se acercó aún más, el aroma del sexo ajeno le erizó la piel. Avanzó como un depredador hasta que su sombra cubrió como un manto el cuerpo desconocido, a punto estuvo de clavar sus dientes en aquellos senos morenos cuando la mujer abandonó su letargo y se lanzó a un lado con el miedo dibujado en el rostro. Natalia retrocedió, el delirio de su excitación disminuyó en un instante, pero sentía que el calor seguía humedeciendo sus piernas. La mujer joven, que antes dormía, la miró expectante, se puso de pie sin procurar cubrir su cuerpo. Esperaba algún movimiento de parte de la intrusa.

Natalia examinó la piel desnuda frente a ella, reparó en las cicatrices que tatuaban sus piernas, brazos y rostro, admiró los pezones tiesos a causa del frío de la noche, sintió que los suyos los imitaban por efecto del calor. El oscuro vello que cubría sus genitales volvió a despertar en ella un rabioso deseo de sumergirse en aquella piel color canela. Se dejó llevar por los impulsos de la fiebre que la invadía y de un salto estaba ya sobre su presa. La sujetó de las muñecas con una sola mano, tiró de su cabello con la otra, como una fiera clavó sus dientes en el cuello vulnerable y frágil de la sometida. Los gritos de dolor que se escaparon del cuerpo ultrajado despertaron en ella un inmenso placer que se manifestaba en gemidos y exhalaciones aceleradas. Su boca descendió para llegar, al fin, a los tan anhelados pechos. El sudor y la tierra se mezclaron con la sangre que escurría del cuello maltratado, el sabor de esa mezcla le provocó un orgasmo que desencadenó el resto de su pasión. Arrojó el cuerpo desnudo al suelo y cual animal sació sus instintos entre los muslos de la mujer que aullaba al cielo desde donde la luna observaba con toda su redondez cubierta por un velo tinto.

El cuerpo de la víctima comenzó a retorcerse de forma violenta. Natalia no logró escuchar el crujir de los huesos cuando los brazos de su presa empezaron a mutar. Tampoco notó que el vello negro que la había hecho perder el control de su pasión comenzó a expandirse y pronto cubría en su totalidad las piernas antes desnudas. Un fuerte aullido la hizo volver en sí y se apartó de aquel extraño cuerpo. La mujer había desaparecido, en su lugar un enorme cánido negro como la noche se debatía para levantarse. Un par de ojos amarillos y acuosos se fijaron en Natalia, un largo hocico le mostró una fila de colmillos blancos como el marfil. La bestia se irguió sobre sus patas traseras, su sombra cayó sobre la aterrada intrusa, unas pesadas y afiladas garras se clavaron en su cuello, el carmesí de la sangre caliente manchó el negro pelaje del monstruo dándole un aspecto grotesco. Natalia logró ver dentro de las fauces que se abrían a ella antes de que la muerte la devorara. En algún lugar un reloj marcó el inició de un nuevo día y la luna parecía satisfecha.

Tiago Oujara

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