[Dirección: Darren Aronofsky; Guión: Darren Aronofsky. EUA, 1999]
La película ofrece una intensa experiencia visual, aunque la línea de su planteamiento temático se muestra en ocasiones escueta. El espectador se ve sumergido desde el principio en una especia de estética de exactitudes, entre lo que aparenta ser más una ciencia ficción de la vitalidad interna del personaje que una invasión abrupta de factores incontrolables, apocalípticos y fantasiosos de la propia historia
Hay cuatro grandes líneas temáticas y estéticas que nos ayudan a comprender el desarrollo de la película. En principio, la pregunta por el patrón de las cosas; preestablecido, innombrable, pero que puede trazarse matemáticamente. Esta pregunta está basada en la teoría del caos, en la espiral dorada de Pitágoras, en el número Pi y en la cábala judía. Después, la creación estética de un mundo colapsado, enfermo y doloroso como una migraña, que despierta en Max Cohen (protagonista) ataques físicos y mentales y que prefigura las oscuras formas del destino y el caos. En tercer lugar, aparecen referencias a cosas que tienen que ver con la representación del universo y las distintas visiones del mundo; el juego de go, la religión, la ciencia y la bolsa de valores (o sea, la economía). Por último, una especie de síntesis e interconexión de todas las anteriores; el conflicto interno del personaje, su interacción con la realidad, el olvido de sus necesidades, de su cuerpo y la búsqueda del entendimiento humano.
Así, el centro temático de la película parece que tiene que ver con la búsqueda por encontrar el sentido de la creación y la forma aleatoria de construirla. A fin de cuentas, es un rencuentro con lo divino.
A pesar de que cuenta con este fuerte planteamiento general, el desarrollo de la historia se vuelve un poco turbio y opaco, pues el director se olvidó de perseguir hasta sus últimas consecuencias este juego de búsquedas y encuentros ante el destino, conformándose con dejar enunciadas en el aire algunas intrigantes hipótesis. Aspecto triste de la cinta, pues de haber dado continuidad a su plan Darren Aronofsky se hubiese acercado a una forma renovadora de hacer cine, la cual podría haber reflejado una preocupación sincera por cuestiones fundamentales del ser y por producir al mismo tiempo un efecto visual corrosivo, acelerado, absolutamente subjetivo compenetrado con una ciencia ficción próxima a la realidad, a los sueños y a la metafísica humana.
A pesar de dejar sus propias preguntas sin contestar, la película gana en forma a costa del contenido. Hay claves que se repiten cíclicamente, pero con pequeñas alteraciones que van construyendo la historia sobre sí misma, como si el tiempo tuviera que partir siempre desde el mismo origen, por ejemplo, las veces que Max tiene que apretar el botón return en su computadora, la manera en que toma las pastillas para la migraña, las afirmaciones personales repitiéndose la hora en que han sido pronunciadas, el interminable recuerdo cuando de pequeño mirar directamente el sol, o la manera en que eso le produce dolores de cabeza se repiten continuamente. Es como si estuviera involucionando, acelerándose en un continuum caótico bajo la acertada narración cinematográfica
La película está inundada de un alto contraste de blancos y negros, apoyado en una delirante fotografía, además de que la ambientación es onírica con alucinaciones que infunden cierto espasmo doloroso y visual que si se mira con absurdez, llega a ser una rareza cómica. El camino que toma la ciencia ficción es, o podría ser, el universo interior, y ya no, como se sostiene con frecuencia, los mundos externos. Es ahí donde se encuentran las preguntas.
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