Por Marco Antonio López
Para nadie es un secreto que las series televisivas, las caricaturas, películas y programas en general, así como cuentos, novelas, guiones y demás expresiones culturales expresan siempre las tendencias ideológicas, políticas, religiosas y/o filosóficas de sus autores, es decir, su forma de concebir el mundo. La trilogía batmaniana es clara en este sentido, quizás con mayor evidencia la última entrega manifiesta estas tendencias, pero vayamos por partes.
Batman representa la quintaesencia de las bondades capitalistas: un millonario filantrópico, con fundaciones para ayudar a los menos afortunados (que nadie se imagine a Slim y Azcárraga en leotardo), que utiliza tecnología de vanguardia y adelantos científicos en su lucha contra el crimen. Como no podía ser de otra manera para la ideología estadounidense, los empresarios son vistos como una especie de héroes (recuérdese el caso de Iron Man), como un beneficio más del sistema económico que predomina en el planeta, avalando en este sentido la visible desigualdad en la repartición de la riqueza. Cuando el personaje nace (finales de los treinta y principios de los cuarenta) lo hace en un momento en que la modernidad comienza a llegar a sus límites y está por mostrar su desborde en las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial.
A pesar de lo anterior, el gran valor de Batman consiste en mostrar a un súper héroe lo más cercano a la realidad. Él no es un héroe porque sea un boy scout (como lo es Superman), porque sea así naturalmente. No. Lo es porque las circunstancias lo orillaron a serlo, porque ha sido traumado por un acontecimiento y a partir de ello se plantea un ideal, un propósito, como sucede en la realidad. Se enfrenta al crimen en una especie de venganza-penitencia, y lo hace sin habilidades metahumanas, sin poderes especiales, valiéndose únicamente de su inteligencia, voluntad inquebrantable y herramientas tecnológicas, como es en realidad. Además, a pesar de la interpretación antedicha que hace del hombre-murciélago el extracto sublime del capitalismo, los rodajes de Nolan le dan un giro a esta visión, mostrándose más receptivo a las causas de distintos problemas sociales que se leen en sus producciones.
Batman Begins nos muestra la génesis (valga la redundancia) del hombre-murciélago: en un efecto en cadena las condiciones que crean a un millonario, crean también al depauperado (algo lógico en el sistema antedicho) que habrá de segar la vida de los señores Wayne y, así, se pone en marcha todo una engranaje que dará como resultado el surgimiento del héroe. Pero antes, el hombre debe vencer sus miedos para poder renacer en un estado más elevado de existencia, ya no como un humano, sino como un símbolo, una idea, indestructible en ese aspecto. Vemos entonces que el miedo es, desde el inicio, un tópico central de la trama, sin el cual no se pueden entender el resto de las entregas fílmicas.
La continuidad de esta lógica económica se apareja con su consorte política por excelencia, y se aprecia al momento en que Wayne culmina su preparación y está por graduarse en la Liga de las Sombras, pues ante las prácticas poco civilizadas de esta sociedad secreta (que podría catalogarse de radical), el futuro Caballero de la Noche se apega a una concepción democrática de los procesos de impartición de justicia; es decir, lo institucional contra lo tradicional. El camino de preparación lleva al protagonista a valerse de la rama industrial militar del emporio Wayne para hacerse de los instrumentos que le permitirán avanzar en su labor, complejo productivo que podría interpretarse como un mal necesario para enfrentar, también, al mal: desde asaltantes comunes (Joe Chill) hasta terroristas trasnacionales (Bane).
Halla, entre toda la podredumbre, a algunos aliados: James Gordon, un policía que se ha resistido a corromperse; un fiscal de distrito y su asistente (Rachel Dawes) decididos a cumplir con su deber de hacer justicia. Son estos elementos orgánicos, profesionales los que le ayudarán en su mascarada; pero también tenemos el lado opuesto: el Doctor Craine, quien se vale de su preparación para delinquir, pues a través de él, los criminales evitan la cárcel al ser declarados incompetentes o insanos mentalmente. Esto significa que la corrupción puede permear todos los ámbitos de la vida y actividad sociales; es la ciencia puesta al servicio de la delincuencia, una actividad que ya se ha venido haciendo en repetidas ocasiones, es decir, que los distintas saberes asistan a los más diversos intereses, sean políticos, económicos o ideológicos.
Es muy importante también que, mientras viaja por el mundo entrenando y preparándose para su objetivo primordial, intenta decirnos que no es fácil la naturaleza del bien y mal, que existen variables que hacen toda la diferencia entre dos ladrones, o entre dos asesinos por ejemplo. En este sentido es una visión más compleja que la del universo de algunos otros súper héroes, pues se ve al otro no como una entidad monolítica, sino que entiende que el delinquir puede tener distintas causas y, una de ellas, es la carencia de recurso, pues el mismo Bruce afirma que tuvo que robar para comer. Es relevante tener en cuenta este punto que se muestra más abierto a explicaciones múltiples, pues se complementará en la tercera parte de la saga, cuando la injusta distribución de la riqueza tenga consecuencias.
En esta primer entrega, también vemos cómo el Ratón Volador (Guasón dixit), arrostra el miedo en dos variantes: la individual, que es representada por el mismo murciélago y que lleva, al menos en parte, a provocar el momento de la muerte de sus padres; de ahí que Bruce se sienta culpable de la tragedia y después lo complemente responsabilizando a la criminalidad. La segunda vertiente está encarnada en el Espantapájaros, subordinado a y utilizado por una organización -radical decíamos- que busca purificar la sociedad demoliendo a ésta por completo. Para este propósito, La Liga planea infundir miedo en el corazón de la sociedad para que salga del Estado de derecho, regrese al Estado de naturaleza (donde domina el más fuerte) y se destruya a sí misma. El Caballero Oscuro buscará evitar que esto suceda, es decir, intentará que las bases de orden institucional continúen vigentes, no sin ciertas modificaciones, es cierto, pero aceptando que no hay otro orden posible. Cabe mencionar que esta situación (la de la aniquilación) es provocada a partir de la corrupción del sistema, descomposición que deriva, a su vez, de la idea de “la acumulación de riqueza”, pues los criminales, policías y jueces entran en esta dinámica a partir de esta máxima o, acaso, por el miedo.
Antes de su enfrentamiento contra quien fuera su mentor, el hombre-murciélago rescata a su amiga Dawes, y revela su identidad negándola: ante el cuestionamiento de Rachel sobre la identidad del encapuchado, éste le responde con la frase que aquélla le propinara a modo de reproche: “no es quién seas en el interior, tus actos los que te definen”. O sea, responde con una frase que sólo ellos dos conocen y así le da a entender que quien está dentro del traje es Bruce, pero al mismo tiempo le dice que con quien en ese momento habla, ya no es él sino Batman, porque si sus actos lo determinan, no importa quién sea por dentro, pues su identidad se diluye en la que toman sus acciones. Esto lo entienden bien ambos, por ello, cuando al final de la película hablan al respecto, acuerdan que estarán juntos sólo cuando Batman deje de existir, pues esa es la condición necesaria para que Bruce se reconstruya y el héroe pueda quedar en el interior.
La lucha de Batman contra el crimen busca alterar el orden de las cosas, donde ya no reine la criminalidad ni la corrupción y trae esperanza a la gente de Gótica, pero en ese inter se presenta el caos por el radical cambio que se pretende; de ese caos surge un agente: El Guasón.