Por: Eduardo Matías Cruz
Informante: Anónimo
En un pueblo del Mayab vivían dos ancianas brujas que por las noches hacían bromas a los vecinos; se los robaban de sus casas, los llevaban al bosque, los encueraban y se reían de ellos, dice el que la cuenta. El pueblo fastidiado por las travesuras de las brujas decidió lincharlas y entre todos las mataron a balazos, pero lo que el pueblo no sabía es que las dos brujas habían dejado como alumna a una mujer joven, casada, que tenía una niña chiquita. Cuando murieron las brujas, la alumna decidió que era su turno para volverse la bruja de la comunidad y empezó a salir de noche a cometer sus fechorías. Entonces, dormía a su marido con una bebida que le ponía en el café a la hora de cenar. Los vecinos del pueblo empezaron a sospechar y le fueron con el chisme al marido, le contaron que su esposa era una bruja y que era ella la que salía a hacer daño a los habitantes del pueblo. Así que un día, el marido le hizo creer que se había tomado el café, se hizo el dormido y, cuando había pasado más o menos media hora, vio con horror cómo su mujer se quitaba la cabeza, la colocaba en la mesa, agarraba la cabeza de un chivo y se la ponía sobre el cuello. Una vez que se fue su mujer de la casa, el marido rápidamente se paró e hizo lo que sus amigos le habían aconsejado: agarró sal y le untó a la cabeza de la mujer mucha sal en el cuello. Cuando la mujer regresó a casa (con la cabeza de chivo) se la quitó pero vio que el marido le había puesto sal a la cabeza suya y no se pudo poner su cabeza y entonces se fue desesperada, llorando de su casa y suplicándole al marido que por favor la perdonara; entonces el marido se dedicó toda su vida a cuidar de su hijita, el cuerpo con la cabeza de chivo amaneció a los pocos días ahogado en un pozo y la cabeza de la mujer desapareció y cuentan por ahí, por los caminos del Mayab, que todavía sale del bosque la cabeza de la mujer asustando a las parejas de enamorados en venganza de su amor frustrado.